martes, 24 de noviembre de 2020

 


Jorge Peñaloza, el Cobi, era el capitán del equipo de fútbol que representaba a Segundo Alfa en la liga local escolar de la secundaria Técnica 23 al sur de la Ciudad de México. Era un chico sensato de catorce años, buenas calificaciones, disciplinado, piel morena con lunares en el cuello, estatura promedio, vocabulario amplio pero no por ello menos lepero, lo suficiente para mantenerse como líder de la banda de chichimecas que su salón tenía por equipo de fútbol. Era, también, un muchacho decidido, pero en aquel momento en que debía decir si jugaba con un hombre menos el partido de cuartos de final contra Tercero Beta —la prole de malosos del colegio—, o si se atrevía a elegir, en público, frente a todo su salón y el maestro de inglés que estaba de turno, a Lucia, para completar el cuadro, se quería morir, no deseaba tomar esa decisión.

Segundo Alfa no era favorito esa tarde para pasar por sobre Tercero Beta. De hecho, las apuestas en la secundaria era que los golearían como a todos los demás equipos durante el campeonato. Los de Tercero Beta no habían anotado, en ninguno de sus juegos, menos de tres goles, y rara vez recibían alguno.

Jugar con uno menos esa tarde contra Tercero Beta era la invitación a recibir la goleada más grande de la historia, más aún si en la puerta estaría Mauricio el Frijol Yañez y no el titular Esteban Maceda, lesionado de la rodilla en el partido anterior. Pero el Cobi no se preocupaba por la portería, sabía que el Frijol cumpliría de manera digna el encargo. Pero jugar con uno menos…

La otra posibilidad era más lamentable que la primera, significaba la vergüenza de, además de ser goleados, perder con una mujer en el campo. Iban a ser la burla de toda la escuela por una causa o la otra, además, el poner a Lucia en el medio campo no garantizaba un mejor resultado que jugar con uno menos, la niña era enjundiosa, correcta y apasionada, pero nada más.

Por su parte, Lucia cerraba los puños sentada en su pupitre esperando nerviosamente que Jorge mencionara su nombre. Sabía que no podía llevar a Pacheco, el medio derecho, porque estaba suspendido luego de haber armado una gresca contra los de Primero Gamma. Tampoco iba a escoger a Juan El Banano Gutiérrez, porque el chico de peinado relamido odiaba muchas cosas, pero más que a nada en el mundo odiaba al fútbol. Por eso no podía explicarse porqué Jorge dudaba en seleccionarla y apretaba más las manos. Ella se sentía lista, era el momento que había estado aguardando todo el año. Jugaba con esos chicos cada clase de educación física que el profesor de la asignatura les dejaba algunos minutos libres y se armaba la cascarita, pensaba que había demostrado lo suficiente luego de haber anotado doce goles en casi dos años de esos partiditos improvisados.

—¿Son todos? —preguntó impaciente el profesor de inglés desde su silla en el escritorio en donde depositaba todo su enorme trasero de diabético de cuarta década.

Jorge salió de su turbación. Tomó un respiro. Por la espalda sintió el codazo de Ricardo Álvarez, su enorme y fornido central, que le trataba de decir que ya dijera algo o no dejarían salir a nadie.

Los partidos de la liga escolar se jugaban durante los descansos que duraban treinta minutos. La cancha daba para jugar un nueve contra nueve bastante fluido pues la superficie era de cemento. Los arcos ya eran de metal, los habían mandado poner desde el curso anterior. Jorge tenía ocho seleccionados para poder salir cinco minutos antes de que terminara la clase de inglés, cinco minutos en los que aprovecharían para cambiarse velozmente y entrar al campo donde el profesor de Educación Física haría de árbitro.

—No, también Franchetti —dijo tímidamente Jorge, mientras se secaba el sudor de la frente.

El profesor de inglés miró la lista, encontró el apellido Franchetti y frunció el ceño.

Al ver la expresión del profesor, Jorge sintió alivio, seguramente aquel hombre, autoridad máxima en ese momento, le negaría que una niña fuera parte del equipo, quizás hasta haría una pequeña burla y asunto arreglado. Al regresar podría decirle a Lucia que no había sido su culpa sino del maldito profesor. Pero…

—Bien, Lucia Franchetti. Ya váyanse, por favor, déjenme terminar mi clase —espetó el profesor sin dejar ningún margen para la exclusión de Lucia.

La chica saltó literalmente del pupitre. A su lado se sentaba el Banano, el chico que odiaba el fútbol y extrañamente le alcanzó a decir a Lucia.

—Buena suerte, Camello ­—que era como apodaba todo el salón a la chica.

Algunas risitas se escucharon, pero nadie fue grosero, no por respeto a Lucia sino por no arriesgarse a recibir una molesta reprimenda del profesor de inglés.

La banda de Segundo Alfa caminó por el largo pasillo hasta la zona de los baños en formación de procesión y silencio absoluto.

Lucia espero a que Jorge le diera una camiseta, fue la última en recibir una.

—Toma, es la de Luis —le dijo sin entusiasmo y agregó, antes de cerrar la puerta del sanitario que les correspondía a los varones —. La regresas lavada y ni se te ocurra romperla o perderla.

Lucia tomó la camiseta aquella con el número siete de dorsal como si fuera el mayor tesoro que jamás le hubiesen encargado. Se metió al baño de mujeres y rápidamente se quitó el uniforme escolar. Se colocó la remera que tenía el diseño de local de la Argentina, la de bandas azules y blancas. Agradeció haber escogido ese día un brassier blanco y no uno oscuro. Se puso los pantaloncillos cortos y se cambió los zapatos, siempre llevaba su calzado para jugar a todas partes. Se acomodó el cabello claro y largo con una banda azul, se quitó los aretes y se miró al espejo. Estaba nerviosa, respiraba aceleradamente, por eso se echó agua fría del lavabo al rostro, de todas formas nunca se maquillaba.

-Buena suerte, Camello ­–se dijo a sí misma y salió del baño.

 

Cuando los de Tercero Beta se dieron cuenta de que una niña iba a jugar contra ellos estallaron en carcajadas.

Lucia intentó no mirarlos.

Ya todo estaba listo, alrededor del campo el resto de la escuela se amontonaba, eran un público feroz que no perdonaba nada y desde antes de que el profesor de educación física señalara el comienzo del partido, los rumores y las risitas se propagaron como pólvora de fuegos artificiales.

Jorge dio algunas breves indicaciones al Frijol, a Álvarez, a Gabriel Pastrana, el otro central, pero a Lucia solo le dijo que ocupara el lugar de Luis, enfermo esa tarde, en la media derecha.

Ella hubiera querido algo más de su capitán, pero no hubo nada. En su lugar, el talento del equipo, Coyohua, se acercó a ella y le sonrió. Aquella fue la gota de confianza que Lucia necesitaba, un símbolo, por más pequeño que fuera, de aprobación.

Lucia se ataba las cintas de sus zapatos cuando escuchó el silbatazo del árbitro.

Los de Tercero Beta tomaron desde el comienzo el control del juego. Eran un equipo basado en muchos puntapiés, fuerza y los regates innecesarios de sus mejores jugadores. Todos eran buenos parias futboleros. El delantero centro era un tipo al que llamaban Mauricio Malacara, un patán de primera que además era muy bueno con los puños y no solo con las patas.

En el medio campo estaba un gordo malhumorado al que le apodaban Chucho el Roto, que siempre pisaba la pelota e intentaba anotar de larga distancia. En la central estaba Pepe, un leñador con cara de indio mustio que dejaba claro que él mandaba en el campo. El portero era el portentoso Galván la Jaiba Nuñez, otro repetidor de año que le doblaba la altura a cualquiera de los compañeros de Lucia. En realidad, todos en el equipo de Tercero Alfa habían repetido algún grado de la secundaria.

Desde el comienzo, Lucia se dio cuenta de que por su banda estaría el criminal de Aldo el Panzón Ávila, un chico obeso, petulante y de risotada estridente.

—¡¿Qué hago, la marco o le doy un beso?! —preguntó a grito pelado y el público entendió el chiste.

Todos se reían de Lucia que, al menos en la cancha, ya había logrado hacer bien su marca y dar dos pases correctos a sus compañeros. Y es que la niña era decente, su juego era simple y donde podía dar de primera lo hacía y se evitaba problemas, cuando no, siempre en dos tiempos, nada de regates para los que sus piernas largas no le servían.

Silbidos de todo tipo. Acoso. Por la banda de Lucia, en todo momento, hombres y mujeres, se metían con ella y le escupían su deprecio.

—¡Franchetti, la porra te saluda! —gritaba la masa y remataba no con la silbatina del chinga tu madre sino con la que se utiliza habitualmente para acosar a las mujeres en la calle.

No había primer ni segundo tiempo, como el descanso solo duraba treinta minutos el partido se jugaba corrido. Y el equipo de Segundo alfa se estaba acercando a la hazaña. Ya desde el minuto cinco alguien en el público comentó:

—Ya son cinco minutos y siguen cero a cero.

Lo cierto es que el Frijol estaba en su día, sacaba y volaba a pelotas difíciles de los tiros de Malacara y de Chucho el Roto. En la defensa, Álvarez no se intimidaba con todo lo que Malacara le espetaba.

—Pinche elefante puto, te voy a meter unos putazos al rato, hijo de la chingada, vas a ver —y le pegaba un puñetazo en las partes nobles sin que el árbitro lo viera.

—Pinche hocicón —respondía Álvarez —dame los putazos ahorita, cabrón, pero en la cara, no en los huevos, no seas puto —y ¡pum!, le soltaba un manotazo en la cabeza sin que el árbitro lo viera.

Los de Segundo Alfa también tuvieron sus oportunidades de marcar. Tenían un delantero rápido para matar reses, se llamaba Renato y estuvo dos veces cerca de batir a la Jaiba.

Y Lucia, siempre correcta.

Entonces, Malacara le gritó al Panzón.

—¡Güey, ya dale un putazo a esa vieja o se lo doy yo!

El Panzón nada más se reía, pero sabía que tenía que hacer algo para que Lucia ya dejara de ser importante en el juego pues además, cada cosa que ella hacía bien, el público se lo festejaba como la máxima novedad del mundo. Ante eso, el hijo de perra del Panzón, avanzó por su banda desde su área y dribló a Lucia con suma facilidad, soltó una carcajada, así lo había hecho todo el juego, pero ella siempre volvía, lo alcanzaba y no pocas veces le quitaba la pelota apoyada por alguno de sus compañeros. La gente gritaba, se burlaban del Panzón y en realidad se burlaban de todo Tercero Beta.

—¡Me lleva la puta madre, pinche Panzón! —se quejaba desgañotado Malacara. El Panzón baja la vista y ya no se reía tanto.

A la siguiente jugada, el Panzón ya no dribló a Lucia, se le fue de frente y la atropelló. La chica cayó como costal lleno de cebollas pero no se quejó. Se levantó, se sacudió el polvo y siguió corriendo porque el árbitro ni falta había marcado.

Lucia no era vengativa, era intensa en el juego, pero no rencorosa, eso sí, no olvidaba. Sabía que el Panzón haría eso la siguiente vez, así que ella no se podía arriesgar nuevamente a ser derribada. Pero ocurrió, y esta vez una herida se le abrió en la rodilla. El árbitro le marcó la falta.

Coyohua le ayudó a levantarse a la chica y le dijo.

—No te preocupes, ahorita le hago un túnel.

Lucia sonrió, le daba mucha confianza que su compañero que mejor jugaba no la escosara como los demás.

—¿Túnel? —dijo Jorge el Cobi, que había escuchado a Coyohua mientras acomodaba la pelota para cobrar la falta —¡ahorita le meto una patada en los huevos a ese cabrón!

Jorge cobró la falta y le pegó al travesaño, muy cerca de la escuadra, el grito de gol se ahogó en todos, pero Malacara ya veía que tenían que dejar de hacer payasadas si querían ganar. Por ello, mandó clausurar los regates adornados y esfuerzos individuales que tenían como único fin el lucimiento del ego y la humillación del rival; así, todo tomó más velocidad y apremio. Comenzaron a tirar desde cualquier lado y ahí estaba el Frijol para sacarlo todo.

El partido se fue metiendo en lo improbable. Veinte minutos y el cero a cero seguía. El árbitro aprovechó para aclarar las reglas:

—Recuerden que si hay empate no hay penales ni tiempo extra, pasa el que más goles haya hecho en el campeonato.

Jorge, el Cobi, escuchó eso y fue mortal, los de Tercero Beta tenían ciento doce goles en su cuenta y ellos solo treinta y dos. Entonces ordenó dejar solo dos defensores.

Por su parte, Lucia seguía en su duelo personal con el Panzón. Ya no tenía miedo ni nervios, ya no escuchaba los gritos de afuera, sus burlas, el estrés del propio partido la habían inmunizado contra eso que tanto le había afectado en los primeros minutos del juego… y en ello era feliz, era absolutamente otra cuando jugaba futbol. Sobra decir que en su vida normal, fuera de la cancha, era tímida, no era parte del menú suculento de los varones pues no era agraciada físicamente y eso le daba una paz enorme pero al mismo tiempo afianzaba su inseguridad en sí misma. Tenía pocas amigas y si no estaba jugando fútbol se la pasaba pensando en un montón de cosas irrelevantes.

—Pinche vieja, te violaría pero neta estas bien guáchala de pollo –le dijo el Panzón en un tiro de equina mientras la marcaba de cerca.

—¡Pendejo, ni la marques, que no ves que nadie se la da! —le ordenó Malacara al Panzón. Tenía razón, ni siquiera Coyohua le pasaba la pelota a Lucia, todo lo que le había tocado jugar había sido por recuperar un rebote o por ella misma quitarle la pelota al Panzón.

—¡Un minuto, señores! —gritó el profesor que hacía de árbitro.

Malacara se rió en la cara de Jorge cuando el profesor hizo la indicación.

—Hasta aquí llegaron, pendejitos —le dijo, pero el Cobi se mantuvo sereno.

Los de Tercero sacaban de meta. La Jaiba salió jugando por su banda derecha, la contraría de donde estaba Lucia. El lateral recibió y ante la presión de uno de segundo jugó en corto con el central, Pepe, y este se la pasó a Malacara en el medio campo.

Jorge no dejaba que Malacara se diera vuelta, lo marcaba con ganas enormes de, si el partido terminaba, tenerlo así, de espaldas, para soltarle una patada y luego que pasara lo que tuviera que pasar, el capitán de segundo ya estaba preparado para liarse a golpes tan solo terminara el juego.

Pero el delincuente de Malacara abrió la pelota hasta el Panzón, muy lejos allá por la banda izquierda.

El Panzón recibió con la parte interna de su pie derecho y trató dirigido para salir volando por la banda y atropellar a Lucia una vez más. Mientras se relamía sus incipientes bigotes pensando en su crimen, no se dio cuenta que Lucia le robó la pelota, el tipo no había levantado la vista y Lucia se había aprovechado de ese exceso de confianza. Ella ya se había dado cuenta de que el Panzón, siempre cremoso, se creía Marcelo del Real Madrid y se acomodaba la pelota a su perfil, pero todas las veces la alargaba mucho. Y ahí se lo cascó.

Lucia punteó la pelota y no lo pensó, sacó un tiro directo a puerta con su pierna derecha, la buena. Fue veloz. La que todos aman se encajó por la escuadra derecha de la Jaiba que se quedó inmóvil.

El grito de gol fue espantoso. Lucía lo sintió más que la última patada que el Panzón le asestó a su tobillo en un último esfuerzo por evitar su vergüenza. La amazona dio dos pasos y no pudo más, se derrumbó en el suelo, el tipo le había surtido la articulación.

Entre el dolor, Lucia escuchó los gritos de felicidad de Jorge. El primero en llegar a abrazarla fue Coyohua, luego todos los demás.

—¡Hijo de puta, Panzón! —lloró Malacara.

El profesor, tan sorprendido como todos, no dejó que se reanudara el juego, acabó el partido ante la invasión de cancha de toda la secundaria que había visto eso. Algunas maestras miraban aquello con orgullo, la que vendía sopes en la cooperativa se rió un poco y el policía de la entrada saltó de gusto junto a los demás.

Lucía recibía felicitaciones de todos. Entre el mar de alumnos se abrió paso la Jaiba y le extendió la mano ya sin el guante de portero correspondiente.

­—Felicidades, muy buen gol.

Lucia pensó entonces que en el equipo de Tercero Beta no todos eran unos miserables.

No supo bien cómo, pero sus compañeros la llevaron cargando hasta el salón de clases, no tanto por continuar de manera épica el festejo como porque la chica ya no podía caminar debido al golpe en su tobillo.

Sentada en su pupitre, Lucia sonreía y nunca más perdería esa expresión de su rostro. Juan, el Banano, la miró y le dijo:

-Me debes una, te desee suerte, Camello.

Lucia se rio, pero no le dio las gracias.

 

Lucia no pudo jugar la semifinal que sus compañeros ganaron sin ella. Tampoco la final que sus compañeros perdieron sin ella. Pero se mantuvo orgullosa de su hazaña y funcionó como amuleto durante esos juegos.

Cuando Segundo Alfa pasó a ser Tercero Alfa en el mes de septiembre de ese año que Lucia nunca olvidaría, ella se convirtió en elemento indispensable en el equipo. Ese año si fueron campeones y aunque no pudo anotar gol, nunca perdió la titularidad.

Luego del campeonato logrado en el último año de secundaria, sus compañeros, que ya eran sus amigos, la invitaron a seguir jugando fuera de la escuela en un equipo que competiría en una liga barrial de fútbol soccer.


sábado, 9 de mayo de 2020

INTRODUCCIÓN



Estos textos, que se terminan de escribir en tiempos de pandemia y coronavirus, tienen su origen en la falta de referencias del fútbol femenil en México.
Hace algunos años intenté realizar una investigación sobre las mujeres que jugaban fútbol en el pasado y me encontré con que había pocas fuentes que mencionaran a las subcampeonas de 1971, y ninguna fuente que hablara de las mujeres de antes de esos campeonatos mundiales e incluso de las que jugaron después. Eso me puso a pensar en la gente que, dentro de cien o “x” años quisieran conocer cómo era el mundo de las mujeres que jugaban fútbol a principios del siglo XXI en México, en los tiempos de su expansión y máxima popularidad. Supuse que referencias al naciente gremio profesional no faltarían, pero al resto, a las amateur, nos seguiría cubriendo una sombra.
Por eso decidí, primero, entrarle al asunto como crónica, pero me di cuenta de que no podía lograr ser objetiva, trazar una distancia, cuando yo era juez y parte, eran mis compañeras, mis amigas, mis no tan amigas, mis equipos y nuestros juegos, era imposible ser imparcial conmigo dentro del teatro. Así que cada texto se quedó en una especie de relato y opiniones con una evidente dosis de arrogancia, un te voy a contar lo que pasó de la forma en que yo lo viví, entonces no necesariamente es como realmente sucedió, seguramente no es completamente como aconteció.
No acostumbro hablar mal de la gente, y menos cuando no pueden replicarme, luego entonces trato en estás líneas de discutir las actitudes y cosas que no me gustan, que me parecen mal hechas o infames, evitando hablar de las personas y reiterando que es mi versión de los hechos. Mis rivales y mis compañeras tendrán una versión diferente. Así pues, las ligas, equipos, árbitros, porras o árbitros que se sientan ofendidos por estos textos piensen eso, esto es la parcialidad de una zona del estadio, respondan de igual manera y si no tómense el asunto con filosofía,  recordando que quién se molesta por las críticas que recibe, es que las tenía bien merecidas.
Así pues, en este libro se recogen diversas experiencias acontecidas entre los años 2009 y 2020, periodo en el que regresé a practicar fútbol de manera amateur. El texto es en parte un homenaje a todas aquellas jugadoras, escuadras y ligas que se han atrevido, que han desafiado y plantado cara a aquello del juego del hombre.
Se le da prioridad a lo femenino pues los chicos, no me dejarán mentir, les falta papel y tinta de tanto que se ha escrito sobre ellos, páginas y libros, ya sea en lo profesional o en lo amateur. Sin embargo, no se omiten los actores masculinos de los equipos y hasta incluyó un relato de un equipo varonil, porque algunas nos hemos aventurado a jugar en los equipos exclusivos de hombres y eso también forma parte de lo que se puede contar.
Una disculpa a todas las que no mencioné, a quienes aludí mal y a los equipos que no tienen un capítulo aquí, al Madrid de la Alberca Olímpica, al Manchester City de las canchas de Xochimilco, a las IPANEMA de la canchita de la Roma, al Manchester de Isa en el deportivo Mujica, a las Alemania del deportivo Zapata Vela, a las guerreras de Guadalupe en la canchita de Apatlaco, al Tam Team de la liga del Estadio Azteca y otros tantos equipos que me permitieron jugar con ellas al menos un partido. En especial va para las Panteras de Jessy Suárez y Gaby con quienes solo jugué muy pocos partidos antes de retirarme de las canchas.

Finalmente, supongo que este libro solo les interesará a las protagonistas y a esos curiosos del futuro que todavía no han nacido. Falta mucha información para tener un panorama completo o parcial del fútbol amateur del sur de la Ciudad de México, los equipos aquí referidos apenas son un ápice del universo existente. La muestra que se presenta en estos textos no puede considerarse significativa. Hecha esta aclaración, espero que disfruten leer esto, al menos la mitad de lo que yo disfrute escribirlo y al menos un uno por ciento de lo que disfruté vivirlo. Qué maravilloso es el fútbol, que afortunadas somos de poder jugar y contar lo que ocurrió en nuestros partidos.

miércoles, 29 de abril de 2020

DOMINGO. O Glorioso Botafogo



Álamos es un rincón residencial de la Ciudad de México, fraccionado a principios del siglo XX, y en donde aún existen algunas casas y edificios de estilo art déco. En sus calles, donde los rieles de acero del tranvía no han sido todavía borrados bajo el asfalto, aunque los trenes hace mucho que dejaron de pasar, los pequeños comercios perduran todavía.
Al interior del barrio se siente el sosiego de la clase media, metro a metro esa placidez se pierde mientras una se acerca hasta la Calzada de Tlalpan, que divide al sur de la Ciudad de México en este y oeste. Ahí, en una de las avenidas más transitadas del mundo con sus puestos ambulantes y su estación del subterráneo (que en este tramo va a ras de suelo), el ruido no termina ni siquiera con la caída de la noche o la llegada del alba, la calzada es uno de los burdeles más grandes de la ciudad.
En el medio del trazo de ese micro-universo, el parque que lleva el mismo nombre que la colonia, tampoco ha sido borrado, persiste como los rieles del antiguo tranvía. Sus jardines, el área de juegos infantiles y las bancas de herrería permanecen al igual que sus canchas de fútbol rodeadas de jacarandas.
La liga que administra esas canchas es también una especie de dinosaurio que se resiste a sucumbir, una liga cuyo propósito último no es el cicatero incremento del margen de ganancia económico, con las ventajas y desventajas que supone ser popular, como las ligas de antes, como las ligas decentes.
No estoy segura si eso sea la razón del buen nivel de la liga, al menos en la categoría femenil. Es más barata que muchas otras ligas, sus canchas no son las mejores de la ciudad, pero tiene muy buenos equipos. Una de las canchas todavía era de cemento, la otra tenía una estera con exceso de caucho, ninguno de esos espacios era atractivo por sí mismo como para que los equipos quisieran jugar ahí, ese no era el caso.
Las reglas mantenían cierto nivel de anarquía, respecto a en qué parte de la geometría de esa cancha salía la pelota y en que partes no, en la cancha de cemento las bardas jugaban, en la de pasto sintético solo a veces.
No era el lugar perfecto para jugar, pero si el desafío consistía en superarse a una misma, ahí es donde tenías que jugar. La lista de buenos equipos alcanzaba para tener la liguilla más competida de la zona sur de la Ciudad de México, las soberbias Reinas del Sur, el mítico Celaya, el rutilante Shuma, las honorables samurái del IPANEMA o el glorioso Botafogo del que fui parte.
El Botafogo, homónimo del histórico club brasileño de Garrincha, Didi y o Nilton Santos, siempre navegaba entre los cuatro primeros lugares de la tabla general, lo cual no era un logro menor en esa liga
A las chicas del Botafogo, como a muchas otras, yo las conocí como peligrosas contrarias. Mientras estaba en las Buitras, se nos decía que había un partido en la temporada que no había que perder, era cuando se jugaba contra el Botafogo.
No sé la historia de cómo inició la rivalidad entre estos dos equipos, pero si supe como continuó y eso me ponía en un predicamento, no podía tomar partido luego de haber jugado para ambas camisetas.
Luis Figo pasó del Barcelona al Real Madrid, Gabriel Batistuta pasó de River Plate a jugar en Boca, Ramón Ramírez sufrió dejar las Chivas para recalar en el América, son ejemplos de la excepción, generalmente esas cosas no pasan, pero Ruth iba y venía, iba y se quedaba donde quisiera, esas cosas de andar haciendo dramas por cambiar de camiseta no le ofuscaban el alma alegre que la caracterizaba.
Yo a Ruth la conocí mientras las dos éramos compañeras en las Buitras (ver lo que escribí sobre ella en el capítulo correspondiente), ella le dio un título a las Buitras, pero un día, sin más, me dijo que en Botafogo hacía falta portera y ella además jugaba para ellas en las canchas de Álamos.
Cuando me mencionó el lugar se me erizó la piel, yo sabía de la gran fama de la Álamos, de alto nivel, de sus canchas que gastaban los zapatos; es más, yo las había conocido peores: de pavimento y tierra, pero ya desde entonces ahí solo jugaban las mejores.
El Botafogo tenía a una proeza como guardameta, una chica con toda la escuela y la técnica del mundo, yo la respetaba desde lejos porque sabía que ahí había una de las representantes más dignas de la posición que se podían encontrar en toda la Ciudad de México. Pero entonces, le ocurrió un accidente durante un entrenamiento, algún ejercicio de potencia de salto, algún material que se rompió y ella terminó con fractura en ambas muñecas de las manos, al menos eso escuché. Cuando me platicaron me conmoví, eso nos dio ventaja contra el Botafogo en algún partido de cuartos de final que jugamos contra ellas, pues al no tener una suplente, Elena, capitana y central del equipo, ocupó la portería en aquel juego, y les ganamos a las Botafogo.

Elena me contactó unos días después para invitarme a ser la guardiana del arco del equipo, como yo sabía su infortunio con su portera titular, accedí y así me convertí en la portera del Botafogo. Lamentablemente, los horarios de juego del Botafogo se me encimaban con otros previos compromisos adquiridos, por lo que en varios partidos Ruth o Elena tenían que cubrir mi posición, nunca fui el gran refuerzo en ese sentido, durante las dos temporadas que jugué con ellas fui un mar desolado de inconsistencia.
El fútbol me ha enseñado que desde afuera los rivales a veces parecen un grupo de gente incómoda que lo único que quiere en la vida es ganarte, pero al final solo es gente y si cambias la perspectiva y miras a ese grupo desde adentro, te das cuenta de que son pibas como una, con los mismas turbaciones, preocupaciones, arrobos y errores, o no, a veces todo es diferente, los humores, los estatutos no escritos, el carácter, pero después de todo solo es gente, solo son personas.
Para que una salga campeona en un campeonato de veinte equipos, se necesita, antes que cualquier cosa, que haya otros diecinueve equipos, ¿qué hay en esos otros equipos que comparten competencia, objetivos y cancha contigo? Descubrirlo es fascinante, al menos para mí, seguramente habrá alguna Francesca Totti, o muchas, que prefieran eso de quedarse siempre en casa.
Ya dije que Elena era la central y la capitana del equipo, pero era mucho más, esa chica era la directiva completa del club, que tenía también su equipo masculino y el mixto.
Abogada de profesión, americanista por convicción, Elena contaba con su padre, el Sr. Ugalde como director técnico y con Ángel como camarógrafo del equipo. El Sr. Ugalde era un hombre amable, tranquilo, diáfano en su criterio y muy dedicado en la resolución de los problemas del club.
Por su parte, Ángel grababa todos los partidos del Botafogo porque alguna vez el equipo había tenido una gresca, un problema con otro equipo, y gracias a que a alguien se le ocurrió filmar lo que ocurría, fue que el club logró salir bien librado y declarado inocente de aquella reyerta. Por ello, por esa experiencia, el Botafogo registraba en vídeo todos sus juegos.
Lamentablemente, el partido que se recuerda en estas páginas fue el único que no se grabó. Una ocasión extraordinaria en la que ni el Sr. Ugalde, ni Elena ni Ángel, pudieron estar debido a la muerte sensible de un familiar cercano. Elena dejó instrucciones a todas para poder llevar a cabo el partido de buena forma y nosotras como jugadoras no nos preocupamos mucho. Eso sí, íbamos contra el primer lugar de la competencia y campeonas defensoras, un lío como rival, las Reinas del Sur.
Jugar para el Botafogo era como es siempre que se juga con compañeras grandes en su juego, una prácticamente se pasa los partidos como portera en un paseo. Había ocasiones en que yo ni tocaba la pelota. En los partidos más complicados me tocaba ser una especie de líbero o balancín para que mis compañeras mediocampistas o defensas tuvieran una opción para descargar el juego y así salir por la banda contraria o por el centro si era posible, fuera de eso, pocas atajadas.
Grandes jugadoras tenía el Botafogo, ya he mencionado a Ruth, luego estaba Vite, de quién una vez escuché decir que, más joven, esa chica ganaba partidos sola, era de las que cobraban por jugar, aunque a nosotras ya nos tocó compartir cancha con ella en su última etapa.
Con el Botafogo también llegó a jugar Karlita, ya la mencioné en otro capítulo de este libro, pero para la última temporada se había marchado a jugar con las Buitras, se los digo, son cosas que pasan.
La compañera más constante en la central con Elena era Lore, siempre salía jugando yo con ella, jugadora limpia, correcta, de buena visión de campo y que quizá solo le faltaba más apremio para sumarse al ataque y que no era muy rápida, dependía más de su buena lectura del juego.
Otra jugadora que a veces alternaba la defensa por una banda era Monse, ágil y rápida, tenía regate y vastedad de recursos para también poder agregarse al ataque. En la otra banda llegó Maryam, una de mis jugadoras jóvenes preferidas, yo  había jugado con ella en Sisters, facciones finas y cuerpo ligero, su juego asemejaba el espectáculo de una funámbula elegante; cuando entendió que lucía más jugando fácil que intentando filigranas, cumplió su graduación como futbolista.
Maryam había traído consigo a Natasha, un portento de talento y límpida en todos sus pases, ella se hizo cargo de la contención del equipo, siempre siendo sencilla fuera y dentro de la cancha.
Karla, a quien todas llamaban Tala, abreviatura de talacha (en México se usa ese término para los futbolistas a quienes se les paga por jugar dentro del sector amateur) era el centro de gravedad del equipo, muy al estilo rosarino argentino la chica estaba llena de gambeta y de pisar la pelota, si la bola dejara tinta en su paso por la alfombra, el trazo del recorrido bajo el pie de Karla sería de una caligrafía de enorme belleza, como el paso de una patinadora sobre hielo.
Más adelante estaba Abril, danzarina liviana llena desborde y más desborde por la banda izquierda, encaraba y se quitaba rivales de encima, era gustosa del juego vistoso y hermoso.
Aline era quien intentaba ir de punta, pero la tonalidad se juego iba más con la de mediocampista, si tenía gol, pero sin duda lo suyo era construir juego, no terminarlo, por ello casi siempre se retrasaba para participar de lo que más gustaba que el trabajo de creación. Al Botafogo le faltaba eso, una nueve, una killer que terminara las jugadas, a falta de eso, los goles se repartían entre todas, el estilo de juego de pases cortos y paredes, rematados por algún latigazo para sorprender, amainaba la falta de centro delantera.
Siempre ganábamos a los equipos que iban debajo de nosotras en la tabla general y teníamos verdaderas guerras intergalácticas contra los equipos de arriba de la tabla. Siempre resultados cortos, victorias o derrotas por apenas un gol, nunca ningún equipo barrió al Botafogo de la cancha. Alguna vez se logró un triunfo contra Shuma, otra vez se tuvo en partido extraordinario contra el mítico Celaya que según nos dijeron fue uno de los mejores partidos jamás vistos en la historia de la liga.
El Celaya era un gran equipo, yo las conocía a algunas de ellas pues habían sido mis compañeras en otros equipos, es justo mencionar a Lupe, una gran jugadora que alguna vez me había invitado a jugar en la ruda canchita de Apatlaco, duré poco con su equipo pero me bastó para reconocerla como la crack que era.
Pero regresemos al partido, aquel que no se grabó en vídeo.
Esa noche Monse jugó la central con Lore, Maryam más abierta y en la otra banda Natasha, Tala quedó en la contención y arriba se las tendrían que arreglar Aline y Abril.
Estábamos dispuestas a imponer nuestro estilo de juego, pero las Reinas eran un equipo muy serio, y su estilo era completamente diferente, estaba basado en el pelotazo al área, sus delanteras corpulentas, muy técnicas, fuertes y mañosas, tenían la opción de bajar la pelota y hacer ellas solas la jugada o, bajar el balón para las que llegaban de atrás, que también eran jugadoras extraordinariamente buenas. Justamente ese estilo era el que las tenía siempre arriba de los demás equipos, porque mientras una se ocupaba de transitar por el medio campo, ellas se lo saltaban.
Pero esa noche, también las hicimos sufrir, entre ellas más se empeñaban en su juego prosaico de hacer volar la pelota, nosotras la poníamos en el suelo otra vez, mientras ellas jugaban al vértigo del pase largo, nosotras cortábamos con pases cortos y al ras. Fue una linda batalla, ningún estilo lograba imponerse del todo. Ambos equipos tuvimos buenas opciones para anotar pero fueron pocas oportunidades y además no terminaban en gol. Todo se rompió por otra parte, inesperada, pues una tiende a pensar inocentemente que esas cosas ya no pasan.
El juego se había llevado a cabo en una fecha feriada, es decir, nadie trabajaba, por ello, al parecer, los árbitros oficiales de la liga fueron descansados esa jornada. Supongo que la liga tuvo que buscar otros árbitros y ahí estuvo el centro de la polémica. El árbitro que nos pusieron no había pitado ahí nunca, no conocía bien las anomalías reglamentarias de la cancha de Álamos, que como ya he dicho eran particulares.A los cinco minutos de iniciado el primer tiempo, nosotras ya teníamos tres jugadoras amonestadas. La mía fue una amarilla de lo más justa pues ocurrió en una jugada de peligro de ellas: una de las delanteras me sacó del área y tuve que cometerle falta para evitar mayor peligro, como ella estaba de espaldas al arco la falta que le hice fue por detrás, ni chistar en ningún reclamo, era el reglamento bien aplicado. Pero las amonestaciones de mis otras compañeras habían sido, a lo menos, rigurosas, sino es que totalmente faltas de buen criterio arbitral. Por otro lado, las faltas de ellas, similares y discutibles, no eran castigadas de la misma forma, a veces ni se marcaban. Al final de la primera parte, con el cero a cero, nosotras íbamos goleando en cuanto faltas “cometidas” y en el rubro de tarjetas de amonestación.
Lo platicamos en el entretiempo, nos quejamos entre nosotras mismas y decidimos ser más cuidadosas. A pesar del marcador y de lo intenso del juego, la verdad es que el peligro sobre las áreas había sido poco de parte de ambos cuadros. Yo no tuve intervenciones realmente notables.
Y ese fue el kit de la segunda parte, Lore estaba impecable en la defensa, Monse se adaptaba a la tarea que le pusiéramos, Maryam no se rajaba, Natasha era un tren el medio campo, Tala las sacaba de quicio a las contrarias, las compañeras de la delantera la estaban pasando muy mal con pocos espacios, marcas abruptas y poca claridad, la lucha era terrible.
Entonces ocurrió el primer hecho que demostró lo anómalo del asunto, la pelota salió por una banda y se debía reanudar el juego con un saque de con el pie para ellas, las Reinas Del Sur, era a la altura de tres cuartos de la mitad de cancha nuestra.
La jugadora rival colocó la pelota dispuesta a pegarle directo al arco.
Yo puse de barrera únicamente a Maryam.
El área sufría de sobrepoblación, había al menos tres jugadoras rivales tratando de estorbarme la visibilidad.
La contraria realizó disparo tan hermoso, a media altura, con toda la potencia y velocidad como el trueno que se fue a incrustar en la red de nuestra meta bien pegado a mi poste derecho. Había funcionado, las delanteras de ellas me habían estorbado muy bien, apenas si vi la pelota pasar muy cerca de la cabeza de una esas rivales y la pantalla realmente me sorprendió.
El árbitro dio por bueno el gol, pero una de mis compañeras me dio la pelota para que sacara yo de meta. Le pregunté si no había visto que aquello había sido gol, ella dudó y no supo bien que hacer. Entonces, desde afuera, los delegados de otros equipos que se habían quedado a ver el partido comenzaron a reclamar algo. Varias personas de afuera le pidieron al árbitro, que ya estaba dispuesto a reanudar el juego del centro del campo, que se acercara. El nazareno acudió y fue cuando se enteró de que en saque de banda, según las reglas particulares de la liga, no se podía hacer gol directamente, como cuando se marcaba tiro libre indirecto.
El nazareno tuvo reanudar con saque de meta. Yo no sabía esa regla, de haberla sabido no hubiera puesto nunca a nadie de barrera para defender ese tipo de saques. Lo que había quedado claro era una cosa: el tipo que tenía el silbato no sabía el reglamento.
Luego de este lamentable episodio para cualquier árbitro, el juego continuó en el mismo tenor, pendiendo de un hilo, con todo el público en la grada con el Jesús en la boca. Las rivales estaban acostumbradas a ganar todos sus partidos, siempre engullían a sus contrarios y hacían en promedio tres o más goles por partido, esa noche no nos habían hecho ni uno solo. Supongo que para ellas aquel juego no tenía ninguna importancia capital, era rutina, nosotras éramos para ellas poco más que un insecto molesto, supongo que por eso mismo el asunto se estaba metiendo el terreno de lo insospechado.
Faltaban menos de cinco minutos para que el cero a cero se consumara, nosotras no lo estábamos generando, al contrario, buscábamos anotar, queríamos romperlo tanto como ellas.
Fue a pocos minutos del final que vino un balón a mi área desde la defensa de ellas, ya les dije, se saltaban las líneas.
La delantera rival se había corrido hasta mi terreno muy cerca del área chica, Lore la marcaba aun costado.
Aquella pelota era más bien un disparo al arco, un auténtico buscapiés con mucha potencia. Por ello, yo me adelanté a la delantera del lado contrario del que la marcaba Lore, le gané el frente y ya muy ajustada me recosté hacía mi derecha para atajar ese disparo, lo alcancé a medio lance con mi mano derecha bien extendida, apenas. Dudé por un instante si mi desvío había sido lo suficientemente fuerte para que la pelota se fuera por la línea de meta, miré de reojo hacía atrás mientras caía y entendí que era suficiente, esa pelota se iría fuera de la cancha. Al momento de caer sentí en mi espalda lo que pensé era el pie de la delantera rival. Ella lanzó un grito como si le hubieran arrancado la pierna.
Me levanté veloz por si se les ocurría realizar velozmente el tiro de esquina. Pero en cambio, el árbitro se acercó hasta el área y marcó penalti; paso siguiente, me sacó la tarjeta roja, aquello era inefable.
Yo ni siquiera había ido a ver si la jugadora contraría estaba bien porque nunca sentí realmente haberla lastimado. Pero ella seguía tirada en el suelo, doliéndose y quejándose.
Espeté mi reclamo de forma briosa, nadie de mi equipo me acompañó en ello, realmente me sentí muy sola en ese momento. Si ustedes alguna vez han sido víctimas de las injusticias sabrán cómo se siente.
El árbitro parecía querer reírse ante mis reclamos, jamás lo insulté en ese lapso, le informé que era la primera tarjeta que recibía en más de veinte años de jugar al fútbol, por tanto él había roto algo sagrado. El afirmaba que yo había cargado por la espalda a la delantera rival… 
Por supuesto, para las rivales aquello no tenía la menor importancia, hoy pienso que a ese tipo de equipos no les importa nada, son impenitentes, ni siquiera el juego les importa, solo salirse con la suya, y en ese sentido lo tenían, era un penalti a favor.
Monse tomó los guantes. La delantera de ellas, tan lastimada hacía unos minutos se dispuso a cobrar el premio que había comprado. Monse detuvo la pena máxima, pero el rebote les volvió a quedar a ellas y ahí se rompió el cero, el juego, el partido y mi vida.
Con una jugadora menos en esos últimos minutos mis compañeras no se arredraron, pero creo que las contrarias alcanzaron a hacer un gol más, yo ya ni me di cuenta pues estaba ocupada en insultar al árbitro para mis adentros. Ahí tuve más cuórum en ese desahogo, las chicas de otro equipo, las Nakas Mandarinas que habían jugado el partido anterior y que se habían quedado a ver nuestro juego, me lo ratificaban: no había sido ni falta.
Luego de terminar el partido, seguí reclamando al árbitro, no había aceptado la injustica, pero él siguió en los suyo. Nuevamente, ninguna de mis compañeras del Botafogo me acompañó en ese reclamo y eso comprobaba una cosa: ese equipo, el Botafogo, que ese juego había terminado con cinco jugadoras amonestadas y una expulsión, en los partidos anteriores de ese campeonato rara vez tenían una jugadora con tarjeta amarilla, vamos, ¡rara vez hacían falta! No eran un equipo de lumbre de grasa de ballena y pasión, no eran un esfuerzo desbocado y latoso, eran otro tipo de grupo, tranquilo, quizás demasiado, que grababa todos sus partidos para no tener problemas, estas chicas eran un copo de nieve en primavera.
Tala, por su experiencia y nivel y horas de vuelo en el juego, podía ser una jugadora con suficientes herramientas para jugar el papel de bruja, pero ni siquiera ella, que podía, se ponía a repartir patadas o juego sucio en ese Botafogo. No era nuestro estilo, nuestro estilo era poner la pelota en el piso y pases cortos.
Cuando ya todos se iban, observé de lejos como el árbitro y la delantera de las Reinas del Sur se despedían con beso y abrazo, ella lo llamó amigo. Yo los vi y solo repetí para mis adentros, esto es muy raro.
En el trayecto hacía calzada de Tlalpan tomé una decisión, era suficiente, era tiempo de irse. Habían sido más de diez años, y solo diez porque en el principio las ligas femeniles no existían, eran a lo más escasas, por eso no cuento más allá de eso, de cuando regresé al fútbol.
Cuando había comenzado a jugar era otro mundo, todo había cambiado, muchas cosas para bien, por ejemplo los espacios y derechos ganados, la libertad de jugar de muchas; pero también muchas mujeres solo habían hecho un copia y pega de las peores costumbres del fútbol varonil, esas que tanto dañaban al juego y a la vida, que partían del ganar como fuese, el desprecio por las formas y el nulo reconocimiento y respeto de algunos o todos los elementos que componían el juego: rivales, árbitros, reglas.
Por supuesto había jugadoras, equipos y ligas que se mantenían al margen  de todos esas licencias, es cierto también que los individuos, las instituciones y una misma, se debatían entre el ser y no ser, pero una cosa era cometer errores e intentar no volver a cometerlos y otra muy distinta partir del error como estilo de vida, como estilo de juego.
Me sentía ya muy fuera de lugar, una persona de otro tiempo, de otra época, sorprendida en off-side, la clepsidra del tiempo me había marcado la hora. Me sentí un estorbo y cuando una se siente así ya no es bienvenida, es mejor tomar tus cosas e irte. Decidí marcharme, eso fue, y me fui del fútbol femenil.
Es impresionante la cantidad de decisiones trascendentales que se toman en pocas cuadras. En ese recorrido la vida quiso que dimensionara mis privilegios, acabada de ser expulsada por primera vez en mi vida de un partido de fútbol y me sentía la persona más miserable del planeta.
Apenas si la vi, y si un hombre que pasaba de frente no me advierte y que ahí había una persona tirada en el suelo sobre la banqueta, no me hubiera detenido. Alarmada, le tomé el pulso, vivía. Entonces el hombre de unos cuarenta años trató de despertarla. Unos segundos después ella despertó no sin parecer mareada. No se había caído, no en un sentido estricto de accidente o tropezón, nos contó que tenía mucha hambre, que llevaba dos días sin comer. El hombre le ofreció un poco de agua y se fue más rápido que un rayo, el prejuicio fue mayor que sus ganas de ayudar, él creía que era una mujer, en efecto no tenía el aspecto de indigente y ambos nos dimos cuenta por su vestimenta y figura de su situación y profesión, era uno de los seres más desechados del planeta, los hombres las consideran una mercadería barata, las mujeres una deshonra y ni siquiera mujer.
Le ayudé a levantarse y caminé con ella una cuadra hasta un puesto de pizzas sobre la transitada calzada de Tlapan y su metro a ras de suelo. Ahí le compré dos rebanadas de pizza y un refresco.
Me dijo que no tenía casa, que tenía diecinueve años, que debía dormir en los parques, que su familia la detestaba por ser lo que era. Le di mi tarjeta de contacto y le dije que si requería alguna vez una cosa me llamara, me dijo que sí, la abracé y fue todo, yo no tenía más dinero para darle y supuse que esa noche al menos, tendría lo mínimo suficiente en el cuerpo para regresar a la faena que era el viacrucis de esa avenida todas las noches.
Ella no me llamó nunca.
Darle dos rebanadas de pizza a alguien hambriento no tiene ningún mérito, es que yo no estaba ahí para ayudarla, ella me ayudó. El extraño encuentro me dejó la perspectiva sobre la que medí mi estado de ánimo los siguientes días. Triste por dejar el fútbol, eso era lo más importante de las cosas menos importantes. Lo más importante: mi existencia era mimada, tenía una historia que contar y escribir, vamos que… sabía escribir, tenía comida que comer, un techo donde dormir, una familia que me llenaba de arrumacos y toda una red de personas, mis amigas del fútbol, a quienes acudir si es que alguna vez la tormenta tocara a mi puerta. Reviví, comprendí y valoré.

Como todavía sentía fuego y vida por el juego, decidí que si los hombres me habían obsequiado las llaves del reino del fútbol hace más de veinte años, era justo que ellos fueran mis compañeros en el tiempo en que podía todavía jugar de manera digna. En esas ando, escribo sobre el futbol de mujeres pero ya no participo, sigo ligada al universo de la pelota con los entrenamientos y los partidos en los que los hombres me dejan participar. Botafogo fue mi último equipo en esto del fútbol en femenino.
Todavía regresé, a invitación de la capitana Elena, a jugar una última vez con el Botafogo, eran los cuartos de final, era terminar de mejor manera la temporada, un último partido que no fuese en el que me habían expulsado. Y fue como un ciclo que se cerró porque la portera de Botafogo, Sara, a quien mencioné al principio del texto, estaba al fin de regreso, repuesta de su lesión, lista para volver a defender la puerta del Botafogo. Por eso, en esa última vez, no ocupé el arco sino la media cancha y puse dos asistencias de gol, la última a Maryam, fue un bello gol de la saeta y un buen símbolo para cerrar: la más veterana asiste a la más joven, le pasé el legado.
Espero que Maryam no lea eso y vaya a pensar que tiene una enorme responsabilidad o algo así, al contrario, espero que juegue muchos años más y que disfrute, que disfrute mucho. ¿Cuánto quedamos? Bueno, perdimos ese partido, por cinco a dos, lo que son las cosas, contra el equipo de Karlita y Ruth (otro equipo). La nómada de las tierras del sur, Ruth, igualmente, que la vida te de goles, amigas y alegría por muchas lunas más.
Y al Botafogo y a Elena, que el equipo logre muchos años y triunfos, que prevalezca, y espero dedicar esfuerzo alguna vez más a esa escuadra, ya sea como asistente, entrenadora o socia del club. Porque el devenir del fútbol amateur de esta ciudad radica en la quintaescencia de los equipos como el glorioso Botafogo de los Ugalde. Gracias a todas, gracias a todos, gracias totales.

SÁBADO. Las Indestructibles de Martín Polo



Martín Polo es uno de esos entrenadores que te cambian la vida, al menos a mí me la cambió, y fue para bien. El fútbol para mi es uno antes de conocerlo a él y otro después, aunque muchos de sus conceptos no los entendí hasta años después. A veces no estás preparada para recibir cierto conocimiento, pero el tiempo se encarga, siempre se encarga.
A las Indestructibles las conocimos primero como invasoras de lo que nosotras consideramos era nuestro espacio de entrenamiento, una explanada de cemento sin mucho chiste en el parque de los Pilares en el centro sur de la Ciudad de México. Ese parque aún se mantiene público, libre de los especuladores inmobiliarios de las canchas sintéticas de fútbol. Las retas callejeras todavía levantan el polvo y la tierra en su cancha y, a un costado de esa cancha, estaba la estéril explanada de cemento, tan amplia como la cancha, pero sin porterías, que nosotras considerábamos nuestra. A pesar de su aspecto desolado era una rada valiosa para los chicos en patineta y patines, para las chicas del tocho bandera y para las que nos habíamos dado cuenta de que, ante la imposibilidad de ocupar la cancha de fútbol, era un lugar perfecto para entrenar.
Ahí iba a entrenar con las Mininas (ver capítulo de este libro dedicado a ellas) y ahí es donde nos topábamos con la gente de Martín Polo, sus Indestructibles, el equipo varonil y el femenil. Al principio nos dividíamos amablemente el espacio, pero si además llegaban los patinetos y los de tocho bandera, el asunto se traslucía imposible y molesto, más si te tocaba la parte lejana al alumbrado público del parque y era horario de invierno, ese horario cuando a la seis de la tarde ya está oscuro. Supongo que, por eso, Martín nos invitó un día a entrenar con su grupo, para yo no tener esos conflictos agrarios.
Martín era un entrenador en toda regla, estudiado y con sabiduría, no parecía un viejo pero cojeaba de una pierna y era obeso, salvo por el hecho de que siempre usaba ropa deportiva no pensabas que ese hombre fuese un entrenador.
Marcelo Bielsa decía que él había necesitado la victoria para que los jugadores profesionales le creyeran que podía ser su entrenador luego de que él como jugador había sido poco menos que una sombra, nosotras no éramos ni profesionales ni buenas jugadoras, pero el aspecto de Martín Polo nos hizo dudar: ¿Y este tipo qué? Bastó un entrenamiento para borrar los prejuicios, terminamos cansadas y con una sensación de haber obtenido algo realmente provechoso, hacíamos ejercicios que nunca habíamos realizado (yo me había quedado en la vieja escuela), sentimos que trabajamos músculos de los cuales ignorábamos su existencia o función, y además había rato para la convivencia, fue indecible.
A veces terminábamos los entrenamientos con una cascarita mixta. La parte varonil del equipo de Indestructibles era muy buena, destacaba Jorge, mano derecha de Martín, era un enorme jugador, pícaro, hábil y fuerte, hoy en día me recuerda, por su físico y carácter, al semi-dios Maui de la película animada de Disney. Yo siempre intentaba quitarle la pelota a Jorge o tratar de driblarlo porque pensaba que si podía superar a alguien como él, podía superar a cualquiera. En cambio, se notaba a leguas que la femenil comenzaba apenas su camino en el mundo del fútbol. Las chicas todavía estaban en la parte de aprender la simiente del juego, todas excepto una, la joya de la corona, Magie, una chica joven con gran potencia, idea y visión de juego, era la mejor jugadora de aquel conjunto que iba a entrenar a Pilares, físicamente su estado era impecable cuando la conocimos, fue después que llegaron sus lesiones.
Un día, las Indestructibles nos retaron a un partido de fútbol siete, un amistoso. Las Mininas aceptamos y esa tarde perdimos por cuatro a uno, pero el gol de nosotras fue un gol olímpico de mi parte que sorprendió a todos. Me gustaba hacer esa clase de cosas en los partidos, imitar al uruguayo Chino Recoba en ese tipo de goles, con las Mininas ya había logrado alguno más en la liga de la Alberca Olímpica. Cuando no estaba en la portería mi estilo era, en aquel entonces, individualista y regateador, muy al estilo Zlatan de sus primeros años jugando para el Malmo de Suecia o el Ajax de Holanda. Yo misma, en mis primeros años como jugadora, tenía esa irreverencia hacía el orden e incluso hacía el resultado, me valía más dejar perplejo al público que jugar en equipo, la jugada bonita por encima de todas las cosas, como dictaban los comerciales de la Nike o la sonrisa de Ronaldinho. Sin embargo, a los Indestructibles llegué cuando mis mejores años ya habían pasado, quedaba de esa Franny habilidosa apenas una Franny inveterada, tenía varios kilos de más y no había aprendido a adaptarme a ya no ser la más rápida y potente. 
El equipo nos invitó a Nere, la mejor jugadora de las Mininas en aquel entonces, a Miriam (ver capítulo de las Mininas) y a mí a una locura, querían meter un equipo en la liga de fútbol 7 de la Ciudad Deportiva. Esa liga era, en ese entonces, la de mejor nivel de toda la ciudad. No importaba que el proyecto tuviera pensado iniciar con una franquicia en la segunda división, porque la segunda división de esa liga seguía manteniendo un nivel mayor que cualquier primera división de muchas ligas de la ciudad. Yo estaba escéptica, había jugado contra equipos de la primera y segunda división de ese lugar en el pasado, miraba lo que lo tenían las Indestructibles y no veía el modo en que pudiéramos lograr algo ahí, ni siquiera con Magie, con Nere y con Mindy, otra chica que se incorporó después y que tenía también muy buen juego.
Como yo era vieja para jugar como hacía diez años y muy tonta como para jugar en equipo y aprender a ser la directora de una orquesta, me frustraba mucho en esos partidos en que todos los equipos nos ganaban y nos pasaban por encima. Tan solo nuestro primer juego lo perdimos por 10-1, el único gol fue de Mindy. Luego ya no perdíamos por tanta diferencia pero nos costaba mucho hacer goles.
Una vez, logramos mantener el cero a cero contra un muy buen equipo. Al descanso estábamos supercontentas, reíamos y nos felicitábamos por aquello. Nos había costado mucho esfuerzo y concentración, habíamos jugado de manera defensiva de forma perfecta. Entonces, Martín decidió que iríamos por el triunfo, cambió la táctica, adelantó líneas y nosotras estuvimos de acuerdo, aquella era una idea colectiva por la que valía la pena luchar, cambiar, ser diferente o resistir, lo que Martín pidiera. Terminamos perdiendo el juego por cinco a cero, nos habíamos equivocado todos. Las risas y las felicitaciones ya no fueron, se cambiaron por el silencio deletéreo y ese silencio solo lo rompieron mis reclamos todavía más ponzoñosos hacía mis compañeras. Martín logró calmar la situación, hizo los apuntes de los errores y aciertos, incluyendo los de él mismo, se mantuvo impenitente, pero yo seguía que me llevaba el diablo.
Martin me decía a veces cosas que para mí eran incomprensibles, me decía que no gastara mi energía en el trabajo defensivo sino que usara mi energía para la ofensiva y darle goles a mi equipo. Otras veces me decía que si me hacían falta no me tirara al suelo como si me hubieran roto la pierna, me decía que continuara la carrera, que mis piernas fueran como cañas duras, indestructibles pues, que ni las rivales con falta me pudieran detener. Lo peor era cuando me decía que yo podía ser la mejor jugadora de la liga y yo conocía a algunas de las chicas de los grandes equipos de ahí, veía mi edad (apenas pasaba de los treinta años, pero me sentía una anciana), y entonces le decía al Profe que estaba delirando, que eso no podía ser. Estas y otras muchas enseñanzas no las entendí en su momento, todo lo que me decía me parecía inefable o absurdo.
Cada juego era un aprendizaje constante esa temporada, aunque no conseguíamos ni un miserable empate, la fortuna era huidiza con nosotras. La situación empeoró cuando Magie se lastimó su tobillo, una lesión bastante grave que la dejó fuera varios partidos. Era su talón de Aquiles, tan buena como el guerrero griego pero con una debilidad. Eso nos bajó el ánimo en el equipo, con Magie teníamos alguna posibilidad, pero sin ella el asunto se tornaba imposible. El conjunto de todos modos entrenaba, trabajaba, pero era evidente que la distancia entre todos los demás equipos y nosotras era excesiva.
Ni me hubiera atrevido a escribir algo sobre nuestra experiencia en esas canchas sino es porque, pese a nuestras insuficiencias, uno de los últimos partidos de la temporada lo encaramos con tal generosidad que no hubo duda, todo trabajo paga.
Nuevamente íbamos contra un muy buen equipo, ya he dicho que todos los equipos ahí eran buenos, pero este iba en los primeros lugares de la clasificación. Esa tarde nublada y sin muchas esperanzas, nos congregamos todas a jugar, pero nos faltaba una, solo éramos seis. Entonces, Magie ofreció ponerse de portera, todavía no estaba recuperada de su tobillo y no podía saltar ni correr. La estrategia era que nuestras rivales no se dieran cuenta de eso de manera temprana, así que la maniobra de Martín fue ir para adelante, atacar, presión alta, procurando que el partido se jugara en la mitad del campo de ellas y no en la de nosotras. Era una demencia esa táctica, y fue la mejor lección de ese día, nunca ningún partido fue tan didáctico.
El desafío comenzó y nosotras obedecimos en eso de matarnos en la cancha, de dejarlo todo. Las fuimos a presionar en todas las zonas, si una de las rivales iba al baño una de nuestras jugadoras la seguía, es un chiste, pero casi casi fue así. Ese terrible esfuerzo daba sus resultados, nuevamente un partido parejo, no se notaba tanto la diferencia de nivel entre los dos equipos. Y para colmo de las rivales, seguramente sorprendidas por el tornado que les planteó Martín,  Mindy me mandó un gran pase al espacio y cerca del área de ellas, encaré a la portera rival, hice la finta de rebasarla por mi izquierda pero frené, pisé la pelota, la portera se desparramó en el suelo y pensé en salir por la derecha, pero la defensa de ellas me había alcanzado y me cortaba esa salida, había perdido mi ruta de escape, regresé entonces al perfil izquierdo y para no perder más tiempo me inventé una rabona. La pelota se fue al fondo. En contra de todas las apuestas íbamos ganando.
Las rivales empataron no sin trabajos y comenzaron a tener más oportunidad frente a Magie que sacó fuerzas de su fragilidad y eso de no poder correr o saltar era afrontado por su voluntad de acero, supongo que le dolía mucho pero se aguantaba. Luego, no recuerdo si Mindy o Nere hicieron los goles, el caso es que al descanso nos fuimos con la victoria por tres a dos. Éramos gigantas.
La estrategia de la presión alta iba a continuar, pero solo mientras tuviésemos la energía para hacerlo pues el rendimiento físico no podía durar todo el partido aunque lo quisiéramos, y ya estábamos agotadas para cuando llegó el descanso. Por fortuna el cielo estaba encapotado y anunciaba lluvia, de haber habido un sol pletórico el chiste no nos había durado ni diez minutos, dios estaba de nuestra parte.
Las rivales salieron a la segunda parte dispuestas a poner en orden las cosas del universo, no era posible que nosotras les estuviéramos ganando y además con tan buen juego. La batalla fue furiosa otra vez, cada una de mis compañeras fue una amazona ese día. Ellas empataron a tres y nuestro ánimo menguó un poco, además ya se habían dado cuenta de que Magie estaba herida y la intentaron sorprender ahora con tiros desde lejos en los que ella demostró su valentía como guardameta, no se dejó.
En los límites de nuestras fuerzas tuvimos un tiro de esquina a favor, por el lado izquierdo; por lo tanto, si quería un centro cerrado mi perfil sería el derecho, el de mi pierna buena. Y entonces, lo pensé, se me ocurrió, otra locura. Busqué el gol olímpico, le puse un demonio dentro a la pelota cuando la golpeé con mi pierna derecha y la portera rival, sorprendida, luego de la hermosa curva descrita por esa pelota, tuvo que ir a sacarla del fondo de su arco. Otra vez estábamos por encima y con un gol olímpico.
Los goles olímpicos era olímpicos porque la primera vez que el mundo vio algo así fue durante una olimpiada. Eran cosas raras, aunque el Chino Recoba juntaba seis de esos en su carrera. Con el que yo acaba de hacer en ese momento llegaba a cuatro en mi vida. Sin embargo, estoy segura que en los anales del fútbol no se cuenta que un solo jugador haya hecho dos goles olímpicos en un solo partido. Muchos dirán que tal cosa solo podría explicarse mediante un portero muy malo, pero este no era el caso, la sorpresa fue el factor primordial en el primero, y en el segundo también, ¿quién espera que alguien intente anotar dos goles olímpicos en un solo partido?.
Apenas unos minutos después, con nuestro ímpetu casi vacío, casi extinto, nos dio para otro corner. Nadie lo intenta dos veces, nadie. Pero desde afuera de la cancha escuché gritar a alguien, ¡otro!, creo que fue Jorge quien lo pidió. Me perfilé, le pegué todavía con más potencia que la primera vez y a pesar de que ellas habían puesto una jugadora en el primer poste, la pelota la rebasó por altura y se fue otra vez al fondo del arco. La portera ahora no estaba sorprendida, ahora estaba furiosa. La poca gente que veía aquel partido desde la grada no lo podía creer, era inadmisible, eran dos goles olímpicos en un mismo partido.
Nos íbamos arriba por cinco a tres. El bálsamo del gol nos alcanzó para resistir unos minutos más, luego las piernas ya no alcanzaron, pero les costó, vaya que les costó.
Las rivales, heridas, humilladas, se volcaron al frente en busca de lo que quedaba de su honor. A pocos minutos del final lograron nuevamente el empate y ya en nuestra agonía tomaron ventaja por siete a cinco. No hubo tiempo ni pujanza para nuestra respuesta. Se acabó el partido y no pocas nos derrumbamos sobre el césped. Las rivales no, ellas tenían mil cambios, salieron maltratadas eso sí, pero vivas.
Esa vez no hubo reclamos, tampoco festejamos ni nada, porque al final era otra derrota más. Pero aprendí que perder así es ganar, fue la primera vez que lo comprendí, además ya jugaba más para el equipo. Me costaría todavía mucho tiempo adaptarme a la madurez, pero es que eso es, madurar se trata de eso y toma tiempo.
Al final de la temporada le quedaba ya muy poco y yo debía irme a vivir a Austria, cosas de mi profesión. El último partido con las Indestructibles antes de tomar el avión ellas me dieron una cartulina con sus buenos deseos, los nombres de las chicas estaban ahí, Magie, Mindy, Paulina, Vianey, Rocio, Meche, Giss, y también los de Jorge y Martín. Nunca nos tomamos una foto grupal o al menos yo no la tengo, pero esa cartulina la guardo todavía en casa como uno de mis recuerdos más preciados.
Fui y regresé de Austria, seguí jugando con las Mininas algunos años más, pero a las Indestructibles ya no las vi más salvó por algún partido en una cancha del sur de la ciudad, el equipo ya no continuó en la Deportiva.
Aprendí un mundo siendo jugadora de las Indestructibles, fue poco tiempo, pero fue el mejor de los tiempos. Así es cuando te cambian la vida, no lo esperas, no es de la forma que sueñas o crees. Yo pensaba que lo sabía todo del fútbol porque podía llevarme a dos o tres jugadoras en una baldosa, pero siendo jugadora de Martín Polo me di cuenta que sabía muy poco. Luego de eso, me dediqué mucho más a aprender, a descifrar el juego, a saber jugar, porque yo no sabía jugar, aprendí con las Indestructibles de Martín Polo.

  Jorge Peñaloza, el Cobi , era el capitán del equipo de fútbol que representaba a Segundo Alfa en la liga local escolar de la secundaria Té...