miércoles, 29 de abril de 2020

SÁBADO. Las Indestructibles de Martín Polo



Martín Polo es uno de esos entrenadores que te cambian la vida, al menos a mí me la cambió, y fue para bien. El fútbol para mi es uno antes de conocerlo a él y otro después, aunque muchos de sus conceptos no los entendí hasta años después. A veces no estás preparada para recibir cierto conocimiento, pero el tiempo se encarga, siempre se encarga.
A las Indestructibles las conocimos primero como invasoras de lo que nosotras consideramos era nuestro espacio de entrenamiento, una explanada de cemento sin mucho chiste en el parque de los Pilares en el centro sur de la Ciudad de México. Ese parque aún se mantiene público, libre de los especuladores inmobiliarios de las canchas sintéticas de fútbol. Las retas callejeras todavía levantan el polvo y la tierra en su cancha y, a un costado de esa cancha, estaba la estéril explanada de cemento, tan amplia como la cancha, pero sin porterías, que nosotras considerábamos nuestra. A pesar de su aspecto desolado era una rada valiosa para los chicos en patineta y patines, para las chicas del tocho bandera y para las que nos habíamos dado cuenta de que, ante la imposibilidad de ocupar la cancha de fútbol, era un lugar perfecto para entrenar.
Ahí iba a entrenar con las Mininas (ver capítulo de este libro dedicado a ellas) y ahí es donde nos topábamos con la gente de Martín Polo, sus Indestructibles, el equipo varonil y el femenil. Al principio nos dividíamos amablemente el espacio, pero si además llegaban los patinetos y los de tocho bandera, el asunto se traslucía imposible y molesto, más si te tocaba la parte lejana al alumbrado público del parque y era horario de invierno, ese horario cuando a la seis de la tarde ya está oscuro. Supongo que, por eso, Martín nos invitó un día a entrenar con su grupo, para yo no tener esos conflictos agrarios.
Martín era un entrenador en toda regla, estudiado y con sabiduría, no parecía un viejo pero cojeaba de una pierna y era obeso, salvo por el hecho de que siempre usaba ropa deportiva no pensabas que ese hombre fuese un entrenador.
Marcelo Bielsa decía que él había necesitado la victoria para que los jugadores profesionales le creyeran que podía ser su entrenador luego de que él como jugador había sido poco menos que una sombra, nosotras no éramos ni profesionales ni buenas jugadoras, pero el aspecto de Martín Polo nos hizo dudar: ¿Y este tipo qué? Bastó un entrenamiento para borrar los prejuicios, terminamos cansadas y con una sensación de haber obtenido algo realmente provechoso, hacíamos ejercicios que nunca habíamos realizado (yo me había quedado en la vieja escuela), sentimos que trabajamos músculos de los cuales ignorábamos su existencia o función, y además había rato para la convivencia, fue indecible.
A veces terminábamos los entrenamientos con una cascarita mixta. La parte varonil del equipo de Indestructibles era muy buena, destacaba Jorge, mano derecha de Martín, era un enorme jugador, pícaro, hábil y fuerte, hoy en día me recuerda, por su físico y carácter, al semi-dios Maui de la película animada de Disney. Yo siempre intentaba quitarle la pelota a Jorge o tratar de driblarlo porque pensaba que si podía superar a alguien como él, podía superar a cualquiera. En cambio, se notaba a leguas que la femenil comenzaba apenas su camino en el mundo del fútbol. Las chicas todavía estaban en la parte de aprender la simiente del juego, todas excepto una, la joya de la corona, Magie, una chica joven con gran potencia, idea y visión de juego, era la mejor jugadora de aquel conjunto que iba a entrenar a Pilares, físicamente su estado era impecable cuando la conocimos, fue después que llegaron sus lesiones.
Un día, las Indestructibles nos retaron a un partido de fútbol siete, un amistoso. Las Mininas aceptamos y esa tarde perdimos por cuatro a uno, pero el gol de nosotras fue un gol olímpico de mi parte que sorprendió a todos. Me gustaba hacer esa clase de cosas en los partidos, imitar al uruguayo Chino Recoba en ese tipo de goles, con las Mininas ya había logrado alguno más en la liga de la Alberca Olímpica. Cuando no estaba en la portería mi estilo era, en aquel entonces, individualista y regateador, muy al estilo Zlatan de sus primeros años jugando para el Malmo de Suecia o el Ajax de Holanda. Yo misma, en mis primeros años como jugadora, tenía esa irreverencia hacía el orden e incluso hacía el resultado, me valía más dejar perplejo al público que jugar en equipo, la jugada bonita por encima de todas las cosas, como dictaban los comerciales de la Nike o la sonrisa de Ronaldinho. Sin embargo, a los Indestructibles llegué cuando mis mejores años ya habían pasado, quedaba de esa Franny habilidosa apenas una Franny inveterada, tenía varios kilos de más y no había aprendido a adaptarme a ya no ser la más rápida y potente. 
El equipo nos invitó a Nere, la mejor jugadora de las Mininas en aquel entonces, a Miriam (ver capítulo de las Mininas) y a mí a una locura, querían meter un equipo en la liga de fútbol 7 de la Ciudad Deportiva. Esa liga era, en ese entonces, la de mejor nivel de toda la ciudad. No importaba que el proyecto tuviera pensado iniciar con una franquicia en la segunda división, porque la segunda división de esa liga seguía manteniendo un nivel mayor que cualquier primera división de muchas ligas de la ciudad. Yo estaba escéptica, había jugado contra equipos de la primera y segunda división de ese lugar en el pasado, miraba lo que lo tenían las Indestructibles y no veía el modo en que pudiéramos lograr algo ahí, ni siquiera con Magie, con Nere y con Mindy, otra chica que se incorporó después y que tenía también muy buen juego.
Como yo era vieja para jugar como hacía diez años y muy tonta como para jugar en equipo y aprender a ser la directora de una orquesta, me frustraba mucho en esos partidos en que todos los equipos nos ganaban y nos pasaban por encima. Tan solo nuestro primer juego lo perdimos por 10-1, el único gol fue de Mindy. Luego ya no perdíamos por tanta diferencia pero nos costaba mucho hacer goles.
Una vez, logramos mantener el cero a cero contra un muy buen equipo. Al descanso estábamos supercontentas, reíamos y nos felicitábamos por aquello. Nos había costado mucho esfuerzo y concentración, habíamos jugado de manera defensiva de forma perfecta. Entonces, Martín decidió que iríamos por el triunfo, cambió la táctica, adelantó líneas y nosotras estuvimos de acuerdo, aquella era una idea colectiva por la que valía la pena luchar, cambiar, ser diferente o resistir, lo que Martín pidiera. Terminamos perdiendo el juego por cinco a cero, nos habíamos equivocado todos. Las risas y las felicitaciones ya no fueron, se cambiaron por el silencio deletéreo y ese silencio solo lo rompieron mis reclamos todavía más ponzoñosos hacía mis compañeras. Martín logró calmar la situación, hizo los apuntes de los errores y aciertos, incluyendo los de él mismo, se mantuvo impenitente, pero yo seguía que me llevaba el diablo.
Martin me decía a veces cosas que para mí eran incomprensibles, me decía que no gastara mi energía en el trabajo defensivo sino que usara mi energía para la ofensiva y darle goles a mi equipo. Otras veces me decía que si me hacían falta no me tirara al suelo como si me hubieran roto la pierna, me decía que continuara la carrera, que mis piernas fueran como cañas duras, indestructibles pues, que ni las rivales con falta me pudieran detener. Lo peor era cuando me decía que yo podía ser la mejor jugadora de la liga y yo conocía a algunas de las chicas de los grandes equipos de ahí, veía mi edad (apenas pasaba de los treinta años, pero me sentía una anciana), y entonces le decía al Profe que estaba delirando, que eso no podía ser. Estas y otras muchas enseñanzas no las entendí en su momento, todo lo que me decía me parecía inefable o absurdo.
Cada juego era un aprendizaje constante esa temporada, aunque no conseguíamos ni un miserable empate, la fortuna era huidiza con nosotras. La situación empeoró cuando Magie se lastimó su tobillo, una lesión bastante grave que la dejó fuera varios partidos. Era su talón de Aquiles, tan buena como el guerrero griego pero con una debilidad. Eso nos bajó el ánimo en el equipo, con Magie teníamos alguna posibilidad, pero sin ella el asunto se tornaba imposible. El conjunto de todos modos entrenaba, trabajaba, pero era evidente que la distancia entre todos los demás equipos y nosotras era excesiva.
Ni me hubiera atrevido a escribir algo sobre nuestra experiencia en esas canchas sino es porque, pese a nuestras insuficiencias, uno de los últimos partidos de la temporada lo encaramos con tal generosidad que no hubo duda, todo trabajo paga.
Nuevamente íbamos contra un muy buen equipo, ya he dicho que todos los equipos ahí eran buenos, pero este iba en los primeros lugares de la clasificación. Esa tarde nublada y sin muchas esperanzas, nos congregamos todas a jugar, pero nos faltaba una, solo éramos seis. Entonces, Magie ofreció ponerse de portera, todavía no estaba recuperada de su tobillo y no podía saltar ni correr. La estrategia era que nuestras rivales no se dieran cuenta de eso de manera temprana, así que la maniobra de Martín fue ir para adelante, atacar, presión alta, procurando que el partido se jugara en la mitad del campo de ellas y no en la de nosotras. Era una demencia esa táctica, y fue la mejor lección de ese día, nunca ningún partido fue tan didáctico.
El desafío comenzó y nosotras obedecimos en eso de matarnos en la cancha, de dejarlo todo. Las fuimos a presionar en todas las zonas, si una de las rivales iba al baño una de nuestras jugadoras la seguía, es un chiste, pero casi casi fue así. Ese terrible esfuerzo daba sus resultados, nuevamente un partido parejo, no se notaba tanto la diferencia de nivel entre los dos equipos. Y para colmo de las rivales, seguramente sorprendidas por el tornado que les planteó Martín,  Mindy me mandó un gran pase al espacio y cerca del área de ellas, encaré a la portera rival, hice la finta de rebasarla por mi izquierda pero frené, pisé la pelota, la portera se desparramó en el suelo y pensé en salir por la derecha, pero la defensa de ellas me había alcanzado y me cortaba esa salida, había perdido mi ruta de escape, regresé entonces al perfil izquierdo y para no perder más tiempo me inventé una rabona. La pelota se fue al fondo. En contra de todas las apuestas íbamos ganando.
Las rivales empataron no sin trabajos y comenzaron a tener más oportunidad frente a Magie que sacó fuerzas de su fragilidad y eso de no poder correr o saltar era afrontado por su voluntad de acero, supongo que le dolía mucho pero se aguantaba. Luego, no recuerdo si Mindy o Nere hicieron los goles, el caso es que al descanso nos fuimos con la victoria por tres a dos. Éramos gigantas.
La estrategia de la presión alta iba a continuar, pero solo mientras tuviésemos la energía para hacerlo pues el rendimiento físico no podía durar todo el partido aunque lo quisiéramos, y ya estábamos agotadas para cuando llegó el descanso. Por fortuna el cielo estaba encapotado y anunciaba lluvia, de haber habido un sol pletórico el chiste no nos había durado ni diez minutos, dios estaba de nuestra parte.
Las rivales salieron a la segunda parte dispuestas a poner en orden las cosas del universo, no era posible que nosotras les estuviéramos ganando y además con tan buen juego. La batalla fue furiosa otra vez, cada una de mis compañeras fue una amazona ese día. Ellas empataron a tres y nuestro ánimo menguó un poco, además ya se habían dado cuenta de que Magie estaba herida y la intentaron sorprender ahora con tiros desde lejos en los que ella demostró su valentía como guardameta, no se dejó.
En los límites de nuestras fuerzas tuvimos un tiro de esquina a favor, por el lado izquierdo; por lo tanto, si quería un centro cerrado mi perfil sería el derecho, el de mi pierna buena. Y entonces, lo pensé, se me ocurrió, otra locura. Busqué el gol olímpico, le puse un demonio dentro a la pelota cuando la golpeé con mi pierna derecha y la portera rival, sorprendida, luego de la hermosa curva descrita por esa pelota, tuvo que ir a sacarla del fondo de su arco. Otra vez estábamos por encima y con un gol olímpico.
Los goles olímpicos era olímpicos porque la primera vez que el mundo vio algo así fue durante una olimpiada. Eran cosas raras, aunque el Chino Recoba juntaba seis de esos en su carrera. Con el que yo acaba de hacer en ese momento llegaba a cuatro en mi vida. Sin embargo, estoy segura que en los anales del fútbol no se cuenta que un solo jugador haya hecho dos goles olímpicos en un solo partido. Muchos dirán que tal cosa solo podría explicarse mediante un portero muy malo, pero este no era el caso, la sorpresa fue el factor primordial en el primero, y en el segundo también, ¿quién espera que alguien intente anotar dos goles olímpicos en un solo partido?.
Apenas unos minutos después, con nuestro ímpetu casi vacío, casi extinto, nos dio para otro corner. Nadie lo intenta dos veces, nadie. Pero desde afuera de la cancha escuché gritar a alguien, ¡otro!, creo que fue Jorge quien lo pidió. Me perfilé, le pegué todavía con más potencia que la primera vez y a pesar de que ellas habían puesto una jugadora en el primer poste, la pelota la rebasó por altura y se fue otra vez al fondo del arco. La portera ahora no estaba sorprendida, ahora estaba furiosa. La poca gente que veía aquel partido desde la grada no lo podía creer, era inadmisible, eran dos goles olímpicos en un mismo partido.
Nos íbamos arriba por cinco a tres. El bálsamo del gol nos alcanzó para resistir unos minutos más, luego las piernas ya no alcanzaron, pero les costó, vaya que les costó.
Las rivales, heridas, humilladas, se volcaron al frente en busca de lo que quedaba de su honor. A pocos minutos del final lograron nuevamente el empate y ya en nuestra agonía tomaron ventaja por siete a cinco. No hubo tiempo ni pujanza para nuestra respuesta. Se acabó el partido y no pocas nos derrumbamos sobre el césped. Las rivales no, ellas tenían mil cambios, salieron maltratadas eso sí, pero vivas.
Esa vez no hubo reclamos, tampoco festejamos ni nada, porque al final era otra derrota más. Pero aprendí que perder así es ganar, fue la primera vez que lo comprendí, además ya jugaba más para el equipo. Me costaría todavía mucho tiempo adaptarme a la madurez, pero es que eso es, madurar se trata de eso y toma tiempo.
Al final de la temporada le quedaba ya muy poco y yo debía irme a vivir a Austria, cosas de mi profesión. El último partido con las Indestructibles antes de tomar el avión ellas me dieron una cartulina con sus buenos deseos, los nombres de las chicas estaban ahí, Magie, Mindy, Paulina, Vianey, Rocio, Meche, Giss, y también los de Jorge y Martín. Nunca nos tomamos una foto grupal o al menos yo no la tengo, pero esa cartulina la guardo todavía en casa como uno de mis recuerdos más preciados.
Fui y regresé de Austria, seguí jugando con las Mininas algunos años más, pero a las Indestructibles ya no las vi más salvó por algún partido en una cancha del sur de la ciudad, el equipo ya no continuó en la Deportiva.
Aprendí un mundo siendo jugadora de las Indestructibles, fue poco tiempo, pero fue el mejor de los tiempos. Así es cuando te cambian la vida, no lo esperas, no es de la forma que sueñas o crees. Yo pensaba que lo sabía todo del fútbol porque podía llevarme a dos o tres jugadoras en una baldosa, pero siendo jugadora de Martín Polo me di cuenta que sabía muy poco. Luego de eso, me dediqué mucho más a aprender, a descifrar el juego, a saber jugar, porque yo no sabía jugar, aprendí con las Indestructibles de Martín Polo.

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