Martín Polo es uno
de esos entrenadores que te cambian la vida, al menos a mí me la cambió, y fue
para bien. El fútbol para mi es uno antes de conocerlo a él y otro después,
aunque muchos de sus conceptos no los entendí hasta años después. A veces no
estás preparada para recibir cierto conocimiento, pero el tiempo se encarga,
siempre se encarga.
A
las Indestructibles las conocimos primero como invasoras de lo que nosotras
consideramos era nuestro espacio de entrenamiento, una explanada de cemento sin
mucho chiste en el parque de los Pilares en el centro sur de la Ciudad de
México. Ese parque aún se mantiene público, libre de los especuladores
inmobiliarios de las canchas sintéticas de fútbol. Las retas callejeras todavía
levantan el polvo y la tierra en su cancha y, a un costado de esa cancha, estaba
la estéril explanada de cemento, tan amplia como la cancha, pero sin porterías,
que nosotras considerábamos nuestra. A pesar de su aspecto desolado era una
rada valiosa para los chicos en patineta y patines, para las chicas del tocho
bandera y para las que nos habíamos dado cuenta de que, ante la imposibilidad
de ocupar la cancha de fútbol, era un lugar perfecto para entrenar.
Ahí
iba a entrenar con las Mininas (ver capítulo de este libro dedicado a ellas) y
ahí es donde nos topábamos con la gente de Martín Polo, sus Indestructibles, el
equipo varonil y el femenil. Al principio nos dividíamos amablemente el
espacio, pero si además llegaban los patinetos y los de tocho bandera, el
asunto se traslucía imposible y molesto, más si te tocaba la parte lejana al
alumbrado público del parque y era horario de invierno, ese horario cuando a la
seis de la tarde ya está oscuro. Supongo que, por eso, Martín nos invitó un día
a entrenar con su grupo, para yo no tener esos conflictos agrarios.
Martín
era un entrenador en toda regla, estudiado y con sabiduría, no parecía un viejo
pero cojeaba de una pierna y era obeso, salvo por el hecho de que siempre usaba
ropa deportiva no pensabas que ese hombre fuese un entrenador.
Marcelo
Bielsa decía que él había necesitado la victoria para que los jugadores
profesionales le creyeran que podía ser su entrenador luego de que él como
jugador había sido poco menos que una sombra, nosotras no éramos ni
profesionales ni buenas jugadoras, pero el aspecto de Martín Polo nos hizo
dudar: ¿Y este tipo qué? Bastó un entrenamiento para borrar los prejuicios,
terminamos cansadas y con una sensación de haber obtenido algo realmente
provechoso, hacíamos ejercicios que nunca habíamos realizado (yo me había
quedado en la vieja escuela), sentimos que trabajamos músculos de los cuales
ignorábamos su existencia o función, y además había rato para la convivencia, fue
indecible.
A
veces terminábamos los entrenamientos con una cascarita mixta. La parte varonil
del equipo de Indestructibles era muy buena, destacaba Jorge, mano derecha de
Martín, era un enorme jugador, pícaro, hábil y fuerte, hoy en día me recuerda,
por su físico y carácter, al semi-dios Maui de la película animada de Disney.
Yo siempre intentaba quitarle la pelota a Jorge o tratar de driblarlo porque pensaba
que si podía superar a alguien como él, podía superar a cualquiera. En cambio,
se notaba a leguas que la femenil comenzaba apenas su camino en el mundo del
fútbol. Las chicas todavía estaban en la parte de aprender la simiente del
juego, todas excepto una, la joya de la corona, Magie, una chica joven con gran
potencia, idea y visión de juego, era la mejor jugadora de aquel conjunto que
iba a entrenar a Pilares, físicamente su estado era impecable cuando la
conocimos, fue después que llegaron sus lesiones.
Un
día, las Indestructibles nos retaron a un partido de fútbol siete, un amistoso.
Las Mininas aceptamos y esa tarde perdimos por cuatro a uno, pero el gol de
nosotras fue un gol olímpico de mi parte que sorprendió a todos. Me gustaba
hacer esa clase de cosas en los partidos, imitar al uruguayo Chino Recoba en
ese tipo de goles, con las Mininas ya había logrado alguno más en la liga de la
Alberca Olímpica. Cuando no estaba en la portería mi estilo era, en aquel
entonces, individualista y regateador, muy al estilo Zlatan de sus primeros
años jugando para el Malmo de Suecia o el Ajax de Holanda. Yo misma, en mis
primeros años como jugadora, tenía esa irreverencia hacía el orden e incluso
hacía el resultado, me valía más dejar perplejo al público que jugar en equipo,
la jugada bonita por encima de todas las cosas, como dictaban los comerciales
de la Nike o la sonrisa de Ronaldinho. Sin embargo, a los Indestructibles
llegué cuando mis mejores años ya habían pasado, quedaba de esa Franny
habilidosa apenas una Franny inveterada, tenía varios kilos de más y no había
aprendido a adaptarme a ya no ser la más rápida y potente.
El
equipo nos invitó a Nere, la mejor jugadora de las Mininas en aquel entonces, a
Miriam (ver capítulo de las Mininas) y a mí a una locura, querían meter un
equipo en la liga de fútbol 7 de la Ciudad Deportiva. Esa liga era, en ese entonces,
la de mejor nivel de toda la ciudad. No importaba que el proyecto tuviera
pensado iniciar con una franquicia en la segunda división, porque la segunda
división de esa liga seguía manteniendo un nivel mayor que cualquier primera
división de muchas ligas de la ciudad. Yo estaba escéptica, había jugado contra
equipos de la primera y segunda división de ese lugar en el pasado, miraba lo
que lo tenían las Indestructibles y no veía el modo en que pudiéramos lograr
algo ahí, ni siquiera con Magie, con Nere y con Mindy, otra chica que se
incorporó después y que tenía también muy buen juego.
Como
yo era vieja para jugar como hacía diez años y muy tonta como para jugar en
equipo y aprender a ser la directora de una orquesta, me frustraba mucho en
esos partidos en que todos los equipos nos ganaban y nos pasaban por encima.
Tan solo nuestro primer juego lo perdimos por 10-1, el único gol fue de Mindy.
Luego ya no perdíamos por tanta diferencia pero nos costaba mucho hacer goles.
Una
vez, logramos mantener el cero a cero contra un muy buen equipo. Al descanso
estábamos supercontentas, reíamos y nos felicitábamos por aquello. Nos había
costado mucho esfuerzo y concentración, habíamos jugado de manera defensiva de
forma perfecta. Entonces, Martín decidió que iríamos por el triunfo, cambió la
táctica, adelantó líneas y nosotras estuvimos de acuerdo, aquella era una idea
colectiva por la que valía la pena luchar, cambiar, ser diferente o resistir,
lo que Martín pidiera. Terminamos perdiendo el juego por cinco a cero, nos
habíamos equivocado todos. Las risas y las felicitaciones ya no fueron, se
cambiaron por el silencio deletéreo y ese silencio solo lo rompieron mis
reclamos todavía más ponzoñosos hacía mis compañeras. Martín logró calmar la
situación, hizo los apuntes de los errores y aciertos, incluyendo los de él mismo,
se mantuvo impenitente, pero yo seguía que me llevaba el diablo.
Martin
me decía a veces cosas que para mí eran incomprensibles, me decía que no
gastara mi energía en el trabajo defensivo sino que usara mi energía para la
ofensiva y darle goles a mi equipo. Otras veces me decía que si me hacían falta
no me tirara al suelo como si me hubieran roto la pierna, me decía que
continuara la carrera, que mis piernas fueran como cañas duras, indestructibles
pues, que ni las rivales con falta me pudieran detener. Lo peor era cuando me
decía que yo podía ser la mejor jugadora de la liga y yo conocía a algunas de
las chicas de los grandes equipos de ahí, veía mi edad (apenas pasaba de los
treinta años, pero me sentía una anciana), y entonces le decía al Profe que
estaba delirando, que eso no podía ser. Estas y otras muchas enseñanzas no las
entendí en su momento, todo lo que me decía me parecía inefable o absurdo.
Cada
juego era un aprendizaje constante esa temporada, aunque no conseguíamos ni un
miserable empate, la fortuna era huidiza con nosotras. La situación empeoró
cuando Magie se lastimó su tobillo, una lesión bastante grave que la dejó fuera
varios partidos. Era su talón de Aquiles, tan buena como el guerrero griego pero
con una debilidad. Eso nos bajó el ánimo en el equipo, con Magie teníamos
alguna posibilidad, pero sin ella el asunto se tornaba imposible. El conjunto
de todos modos entrenaba, trabajaba, pero era evidente que la distancia entre
todos los demás equipos y nosotras era excesiva.
Ni
me hubiera atrevido a escribir algo sobre nuestra experiencia en esas canchas sino
es porque, pese a nuestras insuficiencias, uno de los últimos partidos de la
temporada lo encaramos con tal generosidad que no hubo duda, todo trabajo paga.
Nuevamente
íbamos contra un muy buen equipo, ya he dicho que todos los equipos ahí eran
buenos, pero este iba en los primeros lugares de la clasificación. Esa tarde
nublada y sin muchas esperanzas, nos congregamos todas a jugar, pero nos
faltaba una, solo éramos seis. Entonces, Magie ofreció ponerse de portera,
todavía no estaba recuperada de su tobillo y no podía saltar ni correr. La
estrategia era que nuestras rivales no se dieran cuenta de eso de manera
temprana, así que la maniobra de Martín fue ir para adelante, atacar, presión
alta, procurando que el partido se jugara en la mitad del campo de ellas y no
en la de nosotras. Era una demencia esa táctica, y fue la mejor lección de ese
día, nunca ningún partido fue tan didáctico.
El
desafío comenzó y nosotras obedecimos en eso de matarnos en la cancha, de
dejarlo todo. Las fuimos a presionar en todas las zonas, si una de las rivales
iba al baño una de nuestras jugadoras la seguía, es un chiste, pero casi casi
fue así. Ese terrible esfuerzo daba sus resultados, nuevamente un partido parejo,
no se notaba tanto la diferencia de nivel entre los dos equipos. Y para colmo
de las rivales, seguramente sorprendidas por el tornado que les planteó
Martín, Mindy me mandó un gran pase al
espacio y cerca del área de ellas, encaré a la portera rival, hice la finta de
rebasarla por mi izquierda pero frené, pisé la pelota, la portera se desparramó
en el suelo y pensé en salir por la derecha, pero la defensa de ellas me había
alcanzado y me cortaba esa salida, había perdido mi ruta de escape, regresé
entonces al perfil izquierdo y para no perder más tiempo me inventé una rabona.
La pelota se fue al fondo. En contra de todas las apuestas íbamos ganando.
Las
rivales empataron no sin trabajos y comenzaron a tener más oportunidad frente a
Magie que sacó fuerzas de su fragilidad y eso de no poder correr o saltar era afrontado
por su voluntad de acero, supongo que le dolía mucho pero se aguantaba. Luego,
no recuerdo si Mindy o Nere hicieron los goles, el caso es que al descanso nos
fuimos con la victoria por tres a dos. Éramos gigantas.
La
estrategia de la presión alta iba a continuar, pero solo mientras tuviésemos la
energía para hacerlo pues el rendimiento físico no podía durar todo el partido
aunque lo quisiéramos, y ya estábamos agotadas para cuando llegó el descanso.
Por fortuna el cielo estaba encapotado y anunciaba lluvia, de haber habido un
sol pletórico el chiste no nos había durado ni diez minutos, dios estaba de
nuestra parte.
Las
rivales salieron a la segunda parte dispuestas a poner en orden las cosas del
universo, no era posible que nosotras les estuviéramos ganando y además con tan
buen juego. La batalla fue furiosa otra vez, cada una de mis compañeras fue una
amazona ese día. Ellas empataron a tres y nuestro ánimo menguó un poco, además
ya se habían dado cuenta de que Magie estaba herida y la intentaron sorprender
ahora con tiros desde lejos en los que ella demostró su valentía como
guardameta, no se dejó.
En
los límites de nuestras fuerzas tuvimos un tiro de esquina a favor, por el lado
izquierdo; por lo tanto, si quería un centro cerrado mi perfil sería el derecho,
el de mi pierna buena. Y entonces, lo pensé, se me ocurrió, otra locura. Busqué
el gol olímpico, le puse un demonio dentro a la pelota cuando la golpeé con mi
pierna derecha y la portera rival, sorprendida, luego de la hermosa curva
descrita por esa pelota, tuvo que ir a sacarla del fondo de su arco. Otra vez
estábamos por encima y con un gol olímpico.
Los
goles olímpicos era olímpicos porque la primera vez que el mundo vio algo así
fue durante una olimpiada. Eran cosas raras, aunque el Chino Recoba juntaba
seis de esos en su carrera. Con el que yo acaba de hacer en ese momento llegaba
a cuatro en mi vida. Sin embargo, estoy segura que en los anales del fútbol no
se cuenta que un solo jugador haya hecho dos goles olímpicos en un solo
partido. Muchos dirán que tal cosa solo podría explicarse mediante un portero
muy malo, pero este no era el caso, la sorpresa fue el factor primordial en el
primero, y en el segundo también, ¿quién espera que alguien intente anotar dos
goles olímpicos en un solo partido?.
Apenas
unos minutos después, con nuestro ímpetu casi vacío, casi extinto, nos dio para
otro corner. Nadie lo intenta dos veces, nadie. Pero desde afuera de la
cancha escuché gritar a alguien, ¡otro!, creo que fue Jorge quien lo pidió. Me
perfilé, le pegué todavía con más potencia que la primera vez y a pesar de que
ellas habían puesto una jugadora en el primer poste, la pelota la rebasó por
altura y se fue otra vez al fondo del arco. La portera ahora no estaba
sorprendida, ahora estaba furiosa. La poca gente que veía aquel partido desde
la grada no lo podía creer, era inadmisible, eran dos goles olímpicos en un
mismo partido.
Nos
íbamos arriba por cinco a tres. El bálsamo del gol nos alcanzó para resistir
unos minutos más, luego las piernas ya no alcanzaron, pero les costó, vaya que
les costó.
Las
rivales, heridas, humilladas, se volcaron al frente en busca de lo que quedaba
de su honor. A pocos minutos del final lograron nuevamente el empate y ya en
nuestra agonía tomaron ventaja por siete a cinco. No hubo tiempo ni pujanza
para nuestra respuesta. Se acabó el partido y no pocas nos derrumbamos sobre el
césped. Las rivales no, ellas tenían mil cambios, salieron maltratadas eso sí,
pero vivas.
Esa
vez no hubo reclamos, tampoco festejamos ni nada, porque al final era otra
derrota más. Pero aprendí que perder así es ganar, fue la primera vez que lo
comprendí, además ya jugaba más para el equipo. Me costaría todavía mucho
tiempo adaptarme a la madurez, pero es que eso es, madurar se trata de eso y
toma tiempo.
Al
final de la temporada le quedaba ya muy poco y yo debía irme a vivir a Austria,
cosas de mi profesión. El último partido con las Indestructibles antes de tomar
el avión ellas me dieron una cartulina con sus buenos deseos, los nombres de
las chicas estaban ahí, Magie, Mindy, Paulina, Vianey, Rocio, Meche, Giss, y
también los de Jorge y Martín. Nunca nos tomamos una foto grupal o al menos yo
no la tengo, pero esa cartulina la guardo todavía en casa como uno de mis
recuerdos más preciados.
Fui
y regresé de Austria, seguí jugando con las Mininas algunos años más, pero a
las Indestructibles ya no las vi más salvó por algún partido en una cancha del
sur de la ciudad, el equipo ya no continuó en la Deportiva.
Aprendí un mundo siendo
jugadora de las Indestructibles, fue poco tiempo, pero fue el mejor de los
tiempos. Así es cuando te cambian la vida, no lo esperas, no es de la forma que
sueñas o crees. Yo pensaba que lo sabía todo del fútbol porque podía llevarme a
dos o tres jugadoras en una baldosa, pero siendo jugadora de Martín Polo me di
cuenta que sabía muy poco. Luego de eso, me dediqué mucho más a aprender, a descifrar
el juego, a saber jugar, porque yo no sabía jugar, aprendí con las
Indestructibles de Martín Polo.
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