Álamos
es un rincón residencial de la Ciudad de México, fraccionado a principios del
siglo XX, y en donde aún existen algunas casas y edificios de estilo art déco.
En sus calles, donde los rieles de acero del tranvía no han sido todavía
borrados bajo el asfalto, aunque los trenes hace mucho que dejaron de pasar,
los pequeños comercios perduran todavía.
Al
interior del barrio se siente el sosiego de la clase media, metro a metro esa
placidez se pierde mientras una se acerca hasta la Calzada de Tlalpan, que
divide al sur de la Ciudad de México en este y oeste. Ahí, en una de las
avenidas más transitadas del mundo con sus puestos ambulantes y su estación del
subterráneo (que en este tramo va a ras de suelo), el ruido no termina ni
siquiera con la caída de la noche o la llegada del alba, la calzada es uno de
los burdeles más grandes de la ciudad.
En el
medio del trazo de ese micro-universo, el parque que lleva el mismo nombre que
la colonia, tampoco ha sido borrado, persiste como los rieles del antiguo
tranvía. Sus jardines, el área de juegos infantiles y las bancas de herrería
permanecen al igual que sus canchas de fútbol rodeadas de jacarandas.
La liga
que administra esas canchas es también una especie de dinosaurio que se resiste
a sucumbir, una liga cuyo propósito último no es el cicatero incremento del
margen de ganancia económico, con las ventajas y desventajas que supone ser
popular, como las ligas de antes, como las ligas decentes.
No estoy
segura si eso sea la razón del buen nivel de la liga, al menos en la categoría
femenil. Es más barata que muchas otras ligas, sus canchas no son las mejores
de la ciudad, pero tiene muy buenos equipos. Una de las canchas todavía era de
cemento, la otra tenía una estera con exceso de caucho, ninguno de esos
espacios era atractivo por sí mismo como para que los equipos quisieran jugar
ahí, ese no era el caso.
Las
reglas mantenían cierto nivel de anarquía, respecto a en qué parte de la
geometría de esa cancha salía la pelota y en que partes no, en la cancha de
cemento las bardas jugaban, en la de pasto sintético solo a veces.
No era
el lugar perfecto para jugar, pero si el desafío consistía en superarse a una
misma, ahí es donde tenías que jugar. La lista de buenos equipos alcanzaba para
tener la liguilla más competida de la zona sur de la Ciudad de México, las
soberbias Reinas del Sur, el mítico Celaya, el rutilante Shuma, las honorables samurái
del IPANEMA o el glorioso Botafogo del que fui parte.
El
Botafogo, homónimo del histórico club brasileño de Garrincha, Didi y o Nilton
Santos, siempre navegaba entre los cuatro primeros lugares de la tabla general,
lo cual no era un logro menor en esa liga
A las
chicas del Botafogo, como a muchas otras, yo las conocí como peligrosas
contrarias. Mientras estaba en las Buitras, se nos decía que había un partido
en la temporada que no había que perder, era cuando se jugaba contra el
Botafogo.
No sé
la historia de cómo inició la rivalidad entre estos dos equipos, pero si supe
como continuó y eso me ponía en un predicamento, no podía tomar partido luego
de haber jugado para ambas camisetas.
Luis
Figo pasó del Barcelona al Real Madrid, Gabriel Batistuta pasó de River Plate a
jugar en Boca, Ramón Ramírez sufrió dejar las Chivas para recalar en el
América, son ejemplos de la excepción, generalmente esas cosas no pasan, pero
Ruth iba y venía, iba y se quedaba donde quisiera, esas cosas de andar haciendo
dramas por cambiar de camiseta no le ofuscaban el alma alegre que la caracterizaba.
Yo a
Ruth la conocí mientras las dos éramos compañeras en las Buitras (ver lo que
escribí sobre ella en el capítulo correspondiente), ella le dio un título a las
Buitras, pero un día, sin más, me dijo que en Botafogo hacía falta portera y
ella además jugaba para ellas en las canchas de Álamos.
Cuando
me mencionó el lugar se me erizó la piel, yo sabía de la gran fama de la
Álamos, de alto nivel, de sus canchas que gastaban los zapatos; es más, yo las
había conocido peores: de pavimento y tierra, pero ya desde entonces ahí solo
jugaban las mejores.
El
Botafogo tenía a una proeza como guardameta, una chica con toda la escuela y la
técnica del mundo, yo la respetaba desde lejos porque sabía que ahí había una
de las representantes más dignas de la posición que se podían encontrar en toda
la Ciudad de México. Pero entonces, le ocurrió un accidente durante un
entrenamiento, algún ejercicio de potencia de salto, algún material que se
rompió y ella terminó con fractura en ambas muñecas de las manos, al menos eso
escuché. Cuando me platicaron me conmoví, eso nos dio ventaja contra el
Botafogo en algún partido de cuartos de final que jugamos contra ellas, pues al
no tener una suplente, Elena, capitana y central del equipo, ocupó la portería
en aquel juego, y les ganamos a las Botafogo.
Elena
me contactó unos días después para invitarme a ser la guardiana del arco del
equipo, como yo sabía su infortunio con su portera titular, accedí y así me
convertí en la portera del Botafogo. Lamentablemente, los horarios de juego del
Botafogo se me encimaban con otros previos compromisos adquiridos, por lo que
en varios partidos Ruth o Elena tenían que cubrir mi posición, nunca fui el
gran refuerzo en ese sentido, durante las dos temporadas que jugué con ellas
fui un mar desolado de inconsistencia.
El
fútbol me ha enseñado que desde afuera los rivales a veces parecen un grupo de
gente incómoda que lo único que quiere en la vida es ganarte, pero al final
solo es gente y si cambias la perspectiva y miras a ese grupo desde adentro, te
das cuenta de que son pibas como una, con los mismas turbaciones,
preocupaciones, arrobos y errores, o no, a veces todo es diferente, los
humores, los estatutos no escritos, el carácter, pero después de todo solo es
gente, solo son personas.
Para
que una salga campeona en un campeonato de veinte equipos, se necesita, antes
que cualquier cosa, que haya otros diecinueve equipos, ¿qué hay en esos otros
equipos que comparten competencia, objetivos y cancha contigo? Descubrirlo es
fascinante, al menos para mí, seguramente habrá alguna Francesca Totti, o
muchas, que prefieran eso de quedarse siempre en casa.
Ya dije
que Elena era la central y la capitana del equipo, pero era mucho más, esa
chica era la directiva completa del club, que tenía también su equipo masculino
y el mixto.
Abogada
de profesión, americanista por convicción, Elena contaba con su padre, el Sr.
Ugalde como director técnico y con Ángel como camarógrafo del equipo. El Sr.
Ugalde era un hombre amable, tranquilo, diáfano en su criterio y muy dedicado
en la resolución de los problemas del club.
Por su
parte, Ángel grababa todos los partidos del Botafogo porque alguna vez el
equipo había tenido una gresca, un problema con otro equipo, y gracias a que a
alguien se le ocurrió filmar lo que ocurría, fue que el club logró salir bien
librado y declarado inocente de aquella reyerta. Por ello, por esa experiencia,
el Botafogo registraba en vídeo todos sus juegos.
Lamentablemente,
el partido que se recuerda en estas páginas fue el único que no se grabó. Una ocasión
extraordinaria en la que ni el Sr. Ugalde, ni Elena ni Ángel, pudieron estar
debido a la muerte sensible de un familiar cercano. Elena dejó instrucciones a
todas para poder llevar a cabo el partido de buena forma y nosotras como
jugadoras no nos preocupamos mucho. Eso sí, íbamos contra el primer lugar de la
competencia y campeonas defensoras, un lío como rival, las Reinas del Sur.
Jugar
para el Botafogo era como es siempre que se juga con compañeras grandes en su
juego, una prácticamente se pasa los partidos como portera en un paseo. Había
ocasiones en que yo ni tocaba la pelota. En los partidos más complicados me
tocaba ser una especie de líbero o balancín para que mis compañeras
mediocampistas o defensas tuvieran una opción para descargar el juego y así
salir por la banda contraria o por el centro si era posible, fuera de eso,
pocas atajadas.
Grandes
jugadoras tenía el Botafogo, ya he mencionado a Ruth, luego estaba Vite, de
quién una vez escuché decir que, más joven, esa chica ganaba partidos sola, era
de las que cobraban por jugar, aunque a nosotras ya nos tocó compartir cancha
con ella en su última etapa.
Con el
Botafogo también llegó a jugar Karlita, ya la mencioné en otro capítulo de este
libro, pero para la última temporada se había marchado a jugar con las Buitras,
se los digo, son cosas que pasan.
La
compañera más constante en la central con Elena era Lore, siempre salía jugando
yo con ella, jugadora limpia, correcta, de buena visión de campo y que quizá
solo le faltaba más apremio para sumarse al ataque y que no era muy rápida,
dependía más de su buena lectura del juego.
Otra
jugadora que a veces alternaba la defensa por una banda era Monse, ágil y
rápida, tenía regate y vastedad de recursos para también poder agregarse al
ataque. En la otra banda llegó Maryam, una de mis jugadoras jóvenes preferidas,
yo había jugado con ella en Sisters,
facciones finas y cuerpo ligero, su juego asemejaba el espectáculo de una
funámbula elegante; cuando entendió que lucía más jugando fácil que intentando filigranas,
cumplió su graduación como futbolista.
Maryam
había traído consigo a Natasha, un portento de talento y límpida en todos sus
pases, ella se hizo cargo de la contención del equipo, siempre siendo sencilla
fuera y dentro de la cancha.
Karla,
a quien todas llamaban Tala, abreviatura de talacha (en México se usa ese
término para los futbolistas a quienes se les paga por jugar dentro del sector
amateur) era el centro de gravedad del equipo, muy al estilo rosarino argentino
la chica estaba llena de gambeta y de pisar la pelota, si la bola dejara tinta
en su paso por la alfombra, el trazo del recorrido bajo el pie de Karla sería
de una caligrafía de enorme belleza, como el paso de una patinadora sobre
hielo.
Más
adelante estaba Abril, danzarina liviana llena desborde y más desborde por la
banda izquierda, encaraba y se quitaba rivales de encima, era gustosa del juego
vistoso y hermoso.
Aline
era quien intentaba ir de punta, pero la tonalidad se juego iba más con la de
mediocampista, si tenía gol, pero sin duda lo suyo era construir juego, no
terminarlo, por ello casi siempre se retrasaba para participar de lo que más
gustaba que el trabajo de creación. Al Botafogo le faltaba eso, una nueve, una
killer que terminara las jugadas, a falta de eso, los goles se repartían entre
todas, el estilo de juego de pases cortos y paredes, rematados por algún
latigazo para sorprender, amainaba la falta de centro delantera.
Siempre
ganábamos a los equipos que iban debajo de nosotras en la tabla general y
teníamos verdaderas guerras intergalácticas contra los equipos de arriba de la
tabla. Siempre resultados cortos, victorias o derrotas por apenas un gol, nunca
ningún equipo barrió al Botafogo de la cancha. Alguna vez se logró un triunfo
contra Shuma, otra vez se tuvo en partido extraordinario contra el mítico
Celaya que según nos dijeron fue uno de los mejores partidos jamás vistos en la
historia de la liga.
El
Celaya era un gran equipo, yo las conocía a algunas de ellas pues habían sido
mis compañeras en otros equipos, es justo mencionar a Lupe, una gran jugadora
que alguna vez me había invitado a jugar en la ruda canchita de Apatlaco, duré
poco con su equipo pero me bastó para reconocerla como la crack que era.
Pero
regresemos al partido, aquel que no se grabó en vídeo.
Esa noche
Monse jugó la central con Lore, Maryam más abierta y en la otra banda Natasha,
Tala quedó en la contención y arriba se las tendrían que arreglar Aline y
Abril.
Estábamos
dispuestas a imponer nuestro estilo de juego, pero las Reinas eran un equipo
muy serio, y su estilo era completamente diferente, estaba basado en el
pelotazo al área, sus delanteras corpulentas, muy técnicas, fuertes y mañosas,
tenían la opción de bajar la pelota y hacer ellas solas la jugada o, bajar el
balón para las que llegaban de atrás, que también eran jugadoras
extraordinariamente buenas. Justamente ese estilo era el que las tenía siempre
arriba de los demás equipos, porque mientras una se ocupaba de transitar por el
medio campo, ellas se lo saltaban.
Pero
esa noche, también las hicimos sufrir, entre ellas más se empeñaban en su juego
prosaico de hacer volar la pelota, nosotras la poníamos en el suelo otra vez,
mientras ellas jugaban al vértigo del pase largo, nosotras cortábamos con pases
cortos y al ras. Fue una linda batalla, ningún estilo lograba imponerse del
todo. Ambos equipos tuvimos buenas opciones para anotar pero fueron pocas
oportunidades y además no terminaban en gol. Todo se rompió por otra parte,
inesperada, pues una tiende a pensar inocentemente que esas cosas ya no pasan.
El
juego se había llevado a cabo en una fecha feriada, es decir, nadie trabajaba,
por ello, al parecer, los árbitros oficiales de la liga fueron descansados esa
jornada. Supongo que la liga tuvo que buscar otros árbitros y ahí estuvo el
centro de la polémica. El árbitro que nos pusieron no había pitado ahí nunca,
no conocía bien las anomalías reglamentarias de la cancha de Álamos, que como
ya he dicho eran particulares.A los cinco minutos de iniciado el primer tiempo,
nosotras ya teníamos tres jugadoras amonestadas. La mía fue una amarilla de lo
más justa pues ocurrió en una jugada de peligro de ellas: una de las delanteras
me sacó del área y tuve que cometerle falta para evitar mayor peligro, como
ella estaba de espaldas al arco la falta que le hice fue por detrás, ni chistar
en ningún reclamo, era el reglamento bien aplicado. Pero las amonestaciones de
mis otras compañeras habían sido, a lo menos, rigurosas, sino es que totalmente
faltas de buen criterio arbitral. Por otro lado, las faltas de ellas, similares
y discutibles, no eran castigadas de la misma forma, a veces ni se marcaban. Al
final de la primera parte, con el cero a cero, nosotras íbamos goleando en
cuanto faltas “cometidas” y en el rubro de tarjetas de amonestación.
Lo
platicamos en el entretiempo, nos quejamos entre nosotras mismas y decidimos
ser más cuidadosas. A pesar del marcador y de lo intenso del juego, la verdad
es que el peligro sobre las áreas había sido poco de parte de ambos cuadros. Yo
no tuve intervenciones realmente notables.
Y ese
fue el kit de la segunda parte, Lore estaba impecable en la defensa, Monse se
adaptaba a la tarea que le pusiéramos, Maryam no se rajaba, Natasha era un tren
el medio campo, Tala las sacaba de quicio a las contrarias, las compañeras de
la delantera la estaban pasando muy mal con pocos espacios, marcas abruptas y
poca claridad, la lucha era terrible.
Entonces
ocurrió el primer hecho que demostró lo anómalo del asunto, la pelota salió por
una banda y se debía reanudar el juego con un saque de con el pie para ellas,
las Reinas Del Sur, era a la altura de tres cuartos de la mitad de cancha
nuestra.
La
jugadora rival colocó la pelota dispuesta a pegarle directo al arco.
Yo puse
de barrera únicamente a Maryam.
El área
sufría de sobrepoblación, había al menos tres jugadoras rivales tratando de
estorbarme la visibilidad.
La
contraria realizó disparo tan hermoso, a media altura, con toda la potencia y
velocidad como el trueno que se fue a incrustar en la red de nuestra meta bien
pegado a mi poste derecho. Había funcionado, las delanteras de ellas me habían
estorbado muy bien, apenas si vi la pelota pasar muy cerca de la cabeza de una
esas rivales y la pantalla realmente me sorprendió.
El
árbitro dio por bueno el gol, pero una de mis compañeras me dio la pelota para
que sacara yo de meta. Le pregunté si no había visto que aquello había sido gol,
ella dudó y no supo bien que hacer. Entonces, desde afuera, los delegados de
otros equipos que se habían quedado a ver el partido comenzaron a reclamar
algo. Varias personas de afuera le pidieron al árbitro, que ya estaba dispuesto
a reanudar el juego del centro del campo, que se acercara. El nazareno acudió y
fue cuando se enteró de que en saque de banda, según las reglas particulares de
la liga, no se podía hacer gol directamente, como cuando se marcaba tiro libre
indirecto.
El
nazareno tuvo reanudar con saque de meta. Yo no sabía esa regla, de haberla
sabido no hubiera puesto nunca a nadie de barrera para defender ese tipo de
saques. Lo que había quedado claro era una cosa: el tipo que tenía el silbato
no sabía el reglamento.
Luego
de este lamentable episodio para cualquier árbitro, el juego continuó en el
mismo tenor, pendiendo de un hilo, con todo el público en la grada con el Jesús
en la boca. Las rivales estaban acostumbradas a ganar todos sus partidos,
siempre engullían a sus contrarios y hacían en promedio tres o más goles por
partido, esa noche no nos habían hecho ni uno solo. Supongo que para ellas
aquel juego no tenía ninguna importancia capital, era rutina, nosotras éramos
para ellas poco más que un insecto molesto, supongo que por eso mismo el asunto
se estaba metiendo el terreno de lo insospechado.
Faltaban
menos de cinco minutos para que el cero a cero se consumara, nosotras no lo
estábamos generando, al contrario, buscábamos anotar, queríamos romperlo tanto
como ellas.
Fue a
pocos minutos del final que vino un balón a mi área desde la defensa de ellas,
ya les dije, se saltaban las líneas.
La
delantera rival se había corrido hasta mi terreno muy cerca del área chica,
Lore la marcaba aun costado.
Aquella
pelota era más bien un disparo al arco, un auténtico buscapiés con mucha
potencia. Por ello, yo me adelanté a la delantera del lado contrario del que la
marcaba Lore, le gané el frente y ya muy ajustada me recosté hacía mi derecha
para atajar ese disparo, lo alcancé a medio lance con mi mano derecha bien
extendida, apenas. Dudé por un instante si mi desvío había sido lo
suficientemente fuerte para que la pelota se fuera por la línea de meta, miré
de reojo hacía atrás mientras caía y entendí que era suficiente, esa pelota se
iría fuera de la cancha. Al momento de caer sentí en mi espalda lo que pensé
era el pie de la delantera rival. Ella lanzó un grito como si le hubieran
arrancado la pierna.
Me
levanté veloz por si se les ocurría realizar velozmente el tiro de esquina.
Pero en cambio, el árbitro se acercó hasta el área y marcó penalti; paso
siguiente, me sacó la tarjeta roja, aquello era inefable.
Yo ni
siquiera había ido a ver si la jugadora contraría estaba bien porque nunca
sentí realmente haberla lastimado. Pero ella seguía tirada en el suelo, doliéndose
y quejándose.
Espeté
mi reclamo de forma briosa, nadie de mi equipo me acompañó en ello, realmente
me sentí muy sola en ese momento. Si ustedes alguna vez han sido víctimas de
las injusticias sabrán cómo se siente.
El
árbitro parecía querer reírse ante mis reclamos, jamás lo insulté en ese lapso,
le informé que era la primera tarjeta que recibía en más de veinte años de
jugar al fútbol, por tanto él había roto algo sagrado. El afirmaba que yo había
cargado por la espalda a la delantera rival…
Por supuesto,
para las rivales aquello no tenía la menor importancia, hoy pienso que a ese
tipo de equipos no les importa nada, son impenitentes, ni siquiera el juego les
importa, solo salirse con la suya, y en ese sentido lo tenían, era un penalti a
favor.
Monse
tomó los guantes. La delantera de ellas, tan lastimada hacía unos minutos se
dispuso a cobrar el premio que había comprado. Monse detuvo la pena máxima,
pero el rebote les volvió a quedar a ellas y ahí se rompió el cero, el juego,
el partido y mi vida.
Con una
jugadora menos en esos últimos minutos mis compañeras no se arredraron, pero
creo que las contrarias alcanzaron a hacer un gol más, yo ya ni me di cuenta
pues estaba ocupada en insultar al árbitro para mis adentros. Ahí tuve más
cuórum en ese desahogo, las chicas de otro equipo, las Nakas Mandarinas que
habían jugado el partido anterior y que se habían quedado a ver nuestro juego,
me lo ratificaban: no había sido ni falta.
Luego
de terminar el partido, seguí reclamando al árbitro, no había aceptado la
injustica, pero él siguió en los suyo. Nuevamente, ninguna de mis compañeras
del Botafogo me acompañó en ese reclamo y eso comprobaba una cosa: ese equipo,
el Botafogo, que ese juego había terminado con cinco jugadoras amonestadas y
una expulsión, en los partidos anteriores de ese campeonato rara vez tenían una
jugadora con tarjeta amarilla, vamos, ¡rara vez hacían falta! No eran un equipo
de lumbre de grasa de ballena y pasión, no eran un esfuerzo desbocado y latoso,
eran otro tipo de grupo, tranquilo, quizás demasiado, que grababa todos sus
partidos para no tener problemas, estas chicas eran un copo de nieve en
primavera.
Tala,
por su experiencia y nivel y horas de vuelo en el juego, podía ser una jugadora
con suficientes herramientas para jugar el papel de bruja, pero ni siquiera
ella, que podía, se ponía a repartir patadas o juego sucio en ese Botafogo. No
era nuestro estilo, nuestro estilo era poner la pelota en el piso y pases
cortos.
Cuando
ya todos se iban, observé de lejos como el árbitro y la delantera de las Reinas
del Sur se despedían con beso y abrazo, ella lo llamó amigo. Yo los vi y solo
repetí para mis adentros, esto es muy raro.
En el
trayecto hacía calzada de Tlalpan tomé una decisión, era suficiente, era tiempo
de irse. Habían sido más de diez años, y solo diez porque en el principio las
ligas femeniles no existían, eran a lo más escasas, por eso no cuento más allá
de eso, de cuando regresé al fútbol.
Cuando
había comenzado a jugar era otro mundo, todo había cambiado, muchas cosas para
bien, por ejemplo los espacios y derechos ganados, la libertad de jugar de
muchas; pero también muchas mujeres solo habían hecho un copia y pega de las
peores costumbres del fútbol varonil, esas que tanto dañaban al juego y a la
vida, que partían del ganar como fuese, el desprecio por las formas y el nulo
reconocimiento y respeto de algunos o todos los elementos que componían el juego:
rivales, árbitros, reglas.
Por
supuesto había jugadoras, equipos y ligas que se mantenían al margen de todos esas licencias, es cierto también
que los individuos, las instituciones y una misma, se debatían entre el ser y
no ser, pero una cosa era cometer errores e intentar no volver a cometerlos y
otra muy distinta partir del error como estilo de vida, como estilo de juego.
Me
sentía ya muy fuera de lugar, una persona de otro tiempo, de otra época,
sorprendida en off-side, la clepsidra del tiempo me había marcado la
hora. Me sentí un estorbo y cuando una se siente así ya no es bienvenida, es
mejor tomar tus cosas e irte. Decidí marcharme, eso fue, y me fui del fútbol
femenil.
Es
impresionante la cantidad de decisiones trascendentales que se toman en pocas
cuadras. En ese recorrido la vida quiso que dimensionara mis privilegios,
acabada de ser expulsada por primera vez en mi vida de un partido de fútbol y
me sentía la persona más miserable del planeta.
Apenas
si la vi, y si un hombre que pasaba de frente no me advierte y que ahí había
una persona tirada en el suelo sobre la banqueta, no me hubiera detenido.
Alarmada, le tomé el pulso, vivía. Entonces el hombre de unos cuarenta años
trató de despertarla. Unos segundos después ella despertó no sin parecer
mareada. No se había caído, no en un sentido estricto de accidente o tropezón,
nos contó que tenía mucha hambre, que llevaba dos días sin comer. El hombre le
ofreció un poco de agua y se fue más rápido que un rayo, el prejuicio fue mayor
que sus ganas de ayudar, él creía que era una mujer, en efecto no tenía el
aspecto de indigente y ambos nos dimos cuenta por su vestimenta y figura de su
situación y profesión, era uno de los seres más desechados del planeta, los
hombres las consideran una mercadería barata, las mujeres una deshonra y ni
siquiera mujer.
Le
ayudé a levantarse y caminé con ella una cuadra hasta un puesto de pizzas sobre
la transitada calzada de Tlapan y su metro a ras de suelo. Ahí le compré dos rebanadas
de pizza y un refresco.
Me dijo
que no tenía casa, que tenía diecinueve años, que debía dormir en los parques,
que su familia la detestaba por ser lo que era. Le di mi tarjeta de contacto y
le dije que si requería alguna vez una cosa me llamara, me dijo que sí, la
abracé y fue todo, yo no tenía más dinero para darle y supuse que esa noche al
menos, tendría lo mínimo suficiente en el cuerpo para regresar a la faena que
era el viacrucis de esa avenida todas las noches.
Ella no
me llamó nunca.
Darle
dos rebanadas de pizza a alguien hambriento no tiene ningún mérito, es que yo
no estaba ahí para ayudarla, ella me ayudó. El extraño encuentro me dejó la
perspectiva sobre la que medí mi estado de ánimo los siguientes días. Triste
por dejar el fútbol, eso era lo más importante de las cosas menos importantes. Lo
más importante: mi existencia era mimada, tenía una historia que contar y
escribir, vamos que… sabía escribir, tenía comida que comer, un techo donde
dormir, una familia que me llenaba de arrumacos y toda una red de personas, mis
amigas del fútbol, a quienes acudir si es que alguna vez la tormenta tocara a
mi puerta. Reviví, comprendí y valoré.
Como
todavía sentía fuego y vida por el juego, decidí que si los hombres me habían
obsequiado las llaves del reino del fútbol hace más de veinte años, era justo
que ellos fueran mis compañeros en el tiempo en que podía todavía jugar de
manera digna. En esas ando, escribo sobre el futbol de mujeres pero ya no
participo, sigo ligada al universo de la pelota con los entrenamientos y los
partidos en los que los hombres me dejan participar. Botafogo fue mi último
equipo en esto del fútbol en femenino.
Todavía
regresé, a invitación de la capitana Elena, a jugar una última vez con el
Botafogo, eran los cuartos de final, era terminar de mejor manera la temporada,
un último partido que no fuese en el que me habían expulsado. Y fue como un
ciclo que se cerró porque la portera de Botafogo, Sara, a quien mencioné al
principio del texto, estaba al fin de regreso, repuesta de su lesión, lista
para volver a defender la puerta del Botafogo. Por eso, en esa última vez, no
ocupé el arco sino la media cancha y puse dos asistencias de gol, la última a
Maryam, fue un bello gol de la saeta y un buen símbolo para cerrar: la más
veterana asiste a la más joven, le pasé el legado.
Espero
que Maryam no lea eso y vaya a pensar que tiene una enorme responsabilidad o
algo así, al contrario, espero que juegue muchos años más y que disfrute, que
disfrute mucho. ¿Cuánto quedamos? Bueno, perdimos ese partido, por cinco a dos,
lo que son las cosas, contra el equipo de Karlita y Ruth (otro equipo). La
nómada de las tierras del sur, Ruth, igualmente, que la vida te de goles, amigas
y alegría por muchas lunas más.
Y al
Botafogo y a Elena, que el equipo logre muchos años y triunfos, que prevalezca,
y espero dedicar esfuerzo alguna vez más a esa escuadra, ya sea como asistente,
entrenadora o socia del club. Porque el devenir del fútbol amateur de esta
ciudad radica en la quintaescencia de los equipos como el glorioso Botafogo de
los Ugalde. Gracias a todas, gracias a todos, gracias totales.
Gracias por tan hermosa descripción de lo que viviste en Botafogo, un equipo que también dejo mucha huella mi.
ResponderEliminarPor nada, lo escribí con la mejor intensión.
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