Por un
momento, hasta los motores de los carros de la avenida Taxqueña dejaron de
hacer ruido, si hubiera habido mariachis sobre la cancha estos también hubieran
callado. La portera de ellas había colocado bien su barrera, con dos de sus
jugadoras más altas; no puso más, pensando quizá en que el tiro libre se
cobraría desde Alaska.
La
pelota ya estaba en su sitio, quieta, tan enmudecida como todo lo demás.
Algunas
de mis compañeras aguardaban un posible centro o un rebote cerca del área, casi
sin respirar pero sin dejar de participar en el juego de jalones y desmarques.
Sé que la hermana Susy, mi central, se quedó atrás, cerca de nuestra portería,
porque eso de que las porteras cobren los tiros libres siempre implica que una
defensa pueda hacerse cargo de ser el último salvamento por si todo sale mal.
Y el
mutismo lo rompió otro insulto de ellos, los de la porra rival que,
embrutecidos por el alcohol y envalentonados por el anonimato, se creían muy
graciosos y se la habían pasado todo el partido escupiéndonos ofensas soeces a
mis compañeras y al árbitro. Solo ellos se rieron de su propia mofa, quizás
porque ya tenían hartos a todos los demás en la tribuna, pero los soportaban
porque era evidente que estaban en el clímax de su vicio.
Yo regresé
la mirada a la pelota que debía golpear, sin decir nada, sin quejarme de nada.
El
árbitro pitó. A todo le volvió la propiedad del sonido y golpeé la redonda con
la seguridad de haberle metido suficiente embrujo para que pasara por encima de
la barrera. Y la pasó. Luego se colgó del ángulo y el grito de gol se le escapó
a mi pueblo, a las hermanas, a las del club Sisters que ahora se iban arriba en
el marcador por uno a cero en una tensa final por el campeonato de liga.
La
avenida regresó a su escándalo, los pájaros cantaron, los niños rieron de
nuevo, el vendedor de frutas anunció su producto con un grito de su voz tiesa,
y si hubiera habido mariachis… hubieran seguido la fiesta; pero en cambio,
ellos no, ellos se quedaron callados, no se les escuchó insulto alguno, luego
del gol los ebrios enmudecieron. Dicen que los borrachos siempre dicen la
verdad, así que su silencio, luego del gol en contra, fue sincero.
Las Sisters eran un homenaje a la fraternidad
desde su nombre. Habían sido fundadas por hermanas sanguíneas, como el Necaxa
de los Once Hermanos de la década de los veintes, pero con el pasar de los años
habían terminado adoptando en la familia a otro mundo de jugadoras que nada
tenían que ver con el lazo sanguíneo original. Eran, sin embargo, selectivas;
no invitaban a cualquiera y, por eso, cuando recibí la invitación de pertenecer
a esa prole de mujeres futboleras me sentí afortunada.
La
madre superiora del asunto era Monse; además era la guardameta. Poco después de
que llegué yo, ella tuvo una infortunada lesión en su mano derecha y yo tuve
que salir al paso para suplirla en el arco. A pesar de ello, siempre estuvo en
cada partido del equipo desde la tribuna, apoyando a sus hermanas.
Antes
de mi inclusión, yo había jugado varias veces en contra de las Sisters en la
liga de la Alberca Olímpica, siempre fueron un equipo complicado, e incluso nos
derrotaron alguna vez en una semifinal que se extendió hasta los penales. Desde
entonces me parecían un equipo muy sólido, con orden y objetivos.
Al
principio jugué con ellas en la canchita de FitCenter, en el corazón de la
mercantil colonia Portales, en lo alto del techo de un edificio de cuatro
niveles. Ahí, en ese fútbol que literalmente se andaba por las nubes, quedamos
terceras.
Por
esas mismas fechas logramos el campeonato en la cancha de Calacas, muy cerca
del Viaducto Río de la Piedad y del lugar en donde había estado el legendario
parque Asturias, esa noche de campeonato Monse tuvo una actuación impecable
defendiendo el marco y no recibió ni un solo gol.
Sin
embargo, y sin minimizar el resto de su rica historia como club, en esta
crónica atendemos a contar lo que sucedió en la liga dominical femenil de
Culhuacán, conocida por su nombre comercial Alfer, y que era presidida por
Rubén, hijo de la dueña de la legendaria liga de la liga femenil de la Alberca
Olímpica de los domingos.
La liga
no tenía mucho tiempo de haber sido fundada, pero ahí las Sisters ya habían
conseguido un subcampeonato y un tercer lugar.
También
a esa liga yo llegué a jugar, pero enrolada en otro equipo, el mítico Porto,
club que desapareció en el abandono luego de que sus fundadoras no pudieron
conseguir más jugadoras para reforzar a un plantel que nunca pudo hacer válidos
los pronósticos de tenerlo todo para ser un equipo ganador. El abandono de las
fundadoras no pudo ser sostenido por las pocas refuerzos que quedamos y un día
nos cansamos de aquello.
Luego
de salir del Porto acepté la invitación de jugar con Sisters y el mandato era
poder lograr esta vez el campeonato. Había madera para conseguirlo, las
hermanas jugaban, vaya que si jugaban.
Durante
la temporada regular el Sisters punteó arriba todo el campeonato y en la
liguilla el primer escaño fue bien librado. Para la semifinal, el obstáculo fue
mucho más complicado, las chicas de Resto del Mundo que eran un buen equipo. El
partido estuvo a nuestro favor por uno a cero gran parte del tiempo, pero ellas
empataron ya casi sobre la hora y el asunto tuvo que irse a la definición por
penales.
Las
porteras adivinamos todos los tiros pero cada uno de los turnos terminaron en
gol pese a nuestros esfuerzos y lances en busca de atajar la gloria. Fue el
último penal de ellas el que tuve la fortuna de detener gracias a la indicación
del hermano Luiz, el director técnico de las Sisters, de aguantar en el centro
de mi portería, justo a donde la última cobradora de Resto del Mundo mandó la
pelota. Fue un triunfo inextremis y realmente nos alivió no haber sido
eliminadas por aquel equipo que sin duda hubiese sido un digno finalista.
Así
pues, las Sisters volvían a acceder a una final que se llevó a cabo una semana
después, en un domingo frío y brumoso de enero en punto de las cuatro de la
tarde.
Las
rivales eran otro equipo de mucho cuidado, las Cuervas. Un equipo ávido de
lograr el campeonato y que vestían con la camiseta albiceleste de la Argentina,
por carácter les quedaba justa esa franela. Ese día las Cuervas tenían buenas
jugadoras de sobra, pero sin duda destacaba la que llamaban Mary, una de las
mejores jugadoras de la liga y cuya clase para jugar era notable, su postura,
sus dribles… era evidente que había sido entrenada por grandes maestros de este
deporte.
Las
Sisters, en cambio, esa tarde no tendríamos cambios, y ni siquiera tuvimos
cuidado de llevar suficiente agua. Nos conformábamos con sabernos un buen
conjunto, pero también uno que no se confía, que nunca subestima al rival. La
semifinal en contra del Resto del Mundo nos había dejado la enseñanza de no
dejar crecer al contrario, de liquidarlo en cuanto se pudiera para evitar
resurrecciones innecesarias.
Esa
tarde de final, el sol ya estaba cargado hacía el suroeste y sus rayos eran
factor para quién defendiera la portería norte de la cancha más grande del
deportivo Culhuacanes. Esa portería era la que me tocaría defender el primer
tiempo y era la que daba hacía la avenida Taxqueña, una calle de seis carriles
divididos en dos sentidos por un camellón que servía de casa a una serie de
eucaliptos.
La
cancha tenía buenas medidas para jugar al fútbol siete en su largo y en su
ancho, pero su alfombra lucía ya muy desgastada por los elementos naturales. Le
faltaba caucho y le sobraban semillas de eucalipto, árboles que no se limitaban
a habitar el camellón de la avenida sino que ocupaban todo el parque Culhuacán.
El vergel ocupaba una cuadra entera del poblado de pasado prehispánico, con sus
canchas de básquet, algunas pequeñas de fútbol y mucho prado para que los niños
jugaran; los días domingo el lugar se llenaba de familias, vendedores
ambulantes de algodones de azúcar, nieves y raspados. Era un escenario extraño
entre aquella modernidad inhumana de dispositivos móviles propia del siglo XXI.
Regresando
al partido, ni siquiera había comenzado el primer tiempo cuando ocurrió la
primera anomalía de la tarde: el dueño de la liga, Rubén, sería el árbitro.
Tenía gente más capacitada para ello pero había decidido mandar a sus otros
árbitros a pitar el juego por el tercer puesto o a disfrutar de la tarde en la
comodidad de sus casas. Nos explicó que la razón era que el equipo Cuervas no
se llevaba bien con el otro árbitro disponible, pero la razón nos parecía a
todas insuficiente, casi ridícula. Rubén no era árbitro y si aquello ardía, le
faltaría el oficio de nazareno para sacarlo adelante. Él chico era sin duda una
buena persona, amable y tranquilo, atributos que poco sirven a la hora de
conducir un partido de final de liga con catorce leonas despiertas y
hambrientas.
Luego de esa confusión, por la cual el juego
se retrasó en su comienzo unos minutos, todas las jugadoras ya estaban en sus
puestos, Rubén solo tenía un silbato y era lo único que tenía de silbante pues
no llevaba la vestimenta óptima para esas ocasiones, estaba, en lo dicho,
vestido de civil. En la grada oriente estaba casi toda la porra visitante y los
curiosos, en su opuesto estaba nuestro poco pero entusiasta apoyo: nuestra
lesionada Monse, la hermana Jessy (también lesionada), Erik, esposo de la
hermana China, y sus hijos.
El caso
de la hermana Jessy era una tragedia para el club, ella se había lesionado
durante la temporada (fractura por bache malnacido de la cancha) luego de haber
sido la goleadora del club. A cualquier equipo al que le quiten a su goleador
sufre cualquiera que sea el camino, y nosotras lo sufríamos, lo padecimos el
resto de la temporada. En gran medida, si se nos daba la divina gracia de
quedar campeonas ese título iría especialmente dedicado, tanto para la hermana
Monse como para la hermana Jessy.
Los
primeros minutos del juego fueron un choque de esfuerzos y buen fútbol de ambos
equipos. Las Cuervas apostaron por lo obvio, darle la pelota al diez, a su
mejor jugadora, Mary, quien desde el medio campo generó la mayoría de los
numerosos ataques de su equipo. Para mi fortuna, la nueve de ellas no estaba en
su día y le costaba devolver las paredes que la diez le pintaba e incluso
fallaba en la recepción de la pelota y en los tiros a gol.
También
fue cierto que a la hermana China salió en una de esas tardes providenciales en
que como defensa cortas todo y hasta se dio el lujo de agregarse constantemente
al ataque, sin miedos ni conjeturas. La hermana China llevaba siempre el
cabello atado en trenza pulcra, era delgada y de piel cobriza, además de ser
una de esas pocas jugadoras que no les molestaba usar maquillaje al jugar.
Además era valiente y se iba con esa tranquilidad al ataque porque la hermana
Susy, mi central, era la que se quedaba en la retaguardia.
Esa
tarde la hermana Susy no había salido con la confianza del resto de la
temporada, yo la notaba nerviosa y casi nos hacen un gol por una
descoordinación que ella y yo tuvimos cerca de nuestra área al intentar
despejar. Como ya dije, la nueve de ellas estaba con el santo de espaldas esa
tarde y desaprovechó el regalo que le dimos vaciando su disparo por un costado
de nuestra portería.
Para
colmo, en un choque fuerte con una de las delanteras rivales durante los
primeros minutos del partido, la hermana Susy recibió uno de esos golpes
llamados dormilones y el dolor la molestó casi todo el juego; se notaba, pero
nunca abandonó, al contrario, mantuvo a raya a las rivales y cuando hubo que
despejar lo hacía sin miramientos.
En el
medio campo, cargada por la derecha estaba la hermana Viri, uno de los
refuerzos de esa temporada y que tenía el don de la calma y la cadencia para
tocar la pelota. Casi siempre resolvía bien las jugadas aunque en eso pareciera
tardarse mil años, además tenía un buen tiro a gol y no rehuía a defender con
callo cuando las contrarias atacaban. En ese primer tiempo estuvo más ocupada
en las labores defensivas pues las Cuervas sumaban mucha gente al ataque, era
evidente que nos habían estudiado en nuestro funcionamiento.
En el
medio estaba la joya de la corona del Sisters, la hermana Jeny, una joven de
complexión ligera y habilidad como dios manda. Era la que mejor entendía el
juego y la media cancha era su hogar, ahí solía recuperar balones y luego, con
la redonda bien pegada al pie, avanzaba entre las rivales como en slalom de
esquiador. Por esa forma de juego constantemente recibía faltas, pero ese día,
ante la falta de un árbitro de profesión, las rivales la estaban cocinando de
patadita en patadita, evitando su avance y su libertad para ir al frente. Y eso
confirmaba mi aseveración de que las rivales nos habían estudiado, pusieron
tanta atención en la hermana Jeny que confiaban en que eso nos cortara todo el
juego, y durante gran parte del primer tiempo eso fue justamente lo que
sucedió.
Jugando
más libre estaba la hermana Ivette, cabello siempre bien peinado e inteligente
para jugar, parecía jugar más al ajedrez que al fútbol. Si la partida era de
jugar raso y por abajo, Ivette destacaba pues siempre era precisa, si el asunto
era brusco, como el de esa tarde, ella pasaba más tiempo tratando de quitar
pelotas a las contrarias sin mucho éxito.
Y
arriba estaba la hermana Sara. Mis despejes esa tarde siempre iban hacia ella
porque era excelente para cubrir y recibir la pelota aún en un estanque lleno
de tiburones, como fue casi siempre aquella tarde. Era un ejemplo de tesón y
voluntad, persistentemente daba la vuelta sobre las defensas, pero esa tarde,
por alguna razón, decidía avanzar por la banda izquierda (que no era su perfil)
en lugar de por la derecha. Por ello, a pesar de tomar ventaja por pura
potencia de piernas sobre las contrarías, no atinaba a disparar con fuerza y
colocación con su pierna no hábil para terminar sus escapes. Además, tardaba
mucho en darse la vuelta pues las defensas de Cuervas no eran en absoluto
inocentes ni contemplativas, siempre marcaban de a dos y muy de cerca a Sara
quién en ese primer tiempo estaba viendo su suerte bastante negra.
Nosotras
no tuvimos una chance realmente muy clara de abrir el marcador, pero las
Cuervas si tuvieron al menos dos. La primera nació del error de Susy y mío que
ya he relatado; una segunda se armó por la magia de Mary, la mejor de las
Cuervas, cuando una pelota le quedó botando por su banda derecha y la recibió,
no le mató el bote, al contrario, avanzó aprovechando la parábola y justo antes
de que la pelota cayera le pegó como con un tubo hacía mi portería. Yo había
dado algunos pasos para achicar, intento desesperado y leyendo que le iba a
pegar con todo. El tiro me pasó por la derecha, me estiré todo cuanto pude
sintiendo el esfuerzo en cada una de las vértebras de mi espalda, y volé por
los aires. Sé que le saqué esa pelota de la escuadra superior derecha y le robé
el grito de gol a su pueblo, que ya para entonces había comenzado la letanía de
burlas e insultos hacía nosotras. La pelota pasó por encima del travesaño. Yo
di tremendo costalazo sobre el suelo sintético de la cancha de Culhuacán al
caer y se me escapó una lágrima al saber que había realizado una de las mejores
atajadas de mi vida, una de esas que sueña toda portera, despojar una pelota de
gol a la escuadra.
El
primer tiempo se fue así, conmigo adolorida, con la hermana Susy adolorida, con
la hermana China en plan grande, con la hermana Viri en desgaste, con la
hermana Jeny anulada, con la hermana Ivette sin pesar y con la hermana Sara
chocando contra el muro plantado por las Cuervas. No estábamos bien, pero el
cero a cero lo teníamos bien ganado, nos había costado.
Ante la
situación, el hermano Luiz debía ajustar o moríamos. Marcó los errores
cometidos y planteó una nueva estrategia pensada para sobrevivir y vencer en la
segunda parte.
Las
Sisters siempre habían destacado por tocar mejor la pelota durante todo el
campeonato, pero las Cuervas programaban un escenario difícil para hacer eso,
con su garra e invasión de nuestro medio campo. Así que esa vez debimos ser
versátiles y apostamos por el contragolpe, saltar las líneas y defender bien atrás,
invitarlas a entrar a las Cuervas para que ellas dejaran en mano a mano a la
hermana Sara, que ya no intentaría por la izquierda sino por el centro.
La
segunda parte comenzó y Cuervas volvió a acomodarse mejor sobre el campo, pero
nosotras nos mantuvimos tranquilas pues ese era el trámite que habíamos
planeado. Un poco más retrasadas, ellas comenzaron a entrar y poco a poco los
contragolpes de la hermana Sara fueron siendo más peligrosos, ella comenzó a
tomar confianza y sabía que pronto terminaría cazando a su presa, una pelota
buena, solo una necesitaba y no fallaría.
Pero el
gol no caía, ni de uno ni de otro lado, las delanteras de ambos cuadros estaban
siendo derrotadas por la defensa de ambos equipos. El cero a cero se hacía cada
vez más peligroso para todas y las porterías parecían malditas y en divorcio
con el gol.
Los que
si eran unos malditos eran los borrachos de la barra de las Cuervas que seguían
en su plan de creerse los amos del universo. A mí ya me habían dado unas ganas
de irlos a callar, pero siempre me enseñaron que los mirones gritan y, en
cambio, una juega, y con juego una debe de responderles.
Entonces
sucedió. La hermana Sara encontró petróleo adelante del medio campo: una falta
que Rubén esta vez sí quiso marcar. Y ocurrió lo del tiro libre que abrió este
texto, mi homenaje a José Luis Chilavert y Rogerio Ceni.
El
sincero silencio de los borrachos que, aun entre su embrutecimiento debió
haberles atormentado, fue la corroboración de que la pelota había entrado, era
gol. En cuanto vi que la bala entró corrí hacía mi portería vuelta loca, pero
no sin antes volverme hacía los borrachos y mostrarles con mis manos el gesto
de la “V” de la victoria, ningún insulto, nada de caer a su nivel, solo el
simple acento de que aquel cerrojo se había roto y nuestro triunfo que parecía
ahora más probable.
Que
siguieran bebiendo, que siguieran molestando, nosotras teníamos el juego donde
lo queríamos.
Con la
obligación de alcanzar, Cuervas comenzó a sustituir el orden por la
desesperación y eso nos abrió los espacios para que los pases de la hermanas
Viri o Ivette hacia la hermana Sara fueran más amenazantes.
También,
en base a la obligación de saberse abajo, las Cuervas comenzaron a apedrearnos
el rancho, pero las hermanas Susy y China estuvieron siempre a tiempo para
sacar cualquier peligro.
Las
Cuervas siguieron marcando muy de cerca a la hermana Jeny, pero también ella
encontró más lugar para quitarse a una o a dos rivales y acarrear la pelota
lejos de nuestra portería, ganar un saque de banda o hasta cobrar un tiro de
esquina.
Se
moría la segunda parte y uno de los ataques de las Cuervas terminó en mis manos
y desde ahí le lancé un potente despeje a la hermana Sara que hizo la finta de
ir a recibirlo pero en lugar de eso la dejó botar. La última defensa quedó
confundida y superada por la treta, sin embargo el bote no le favoreció mucho a
la hermana Sara. El balón se fue largo. Ella
aceleró como chita en sabana africana en busca de esa pelota que la portera
ya había salido también a buscar fuera de su área.
El
choque de trenes fue brutal, a máxima velocidad y sin ningún miedo.
La
pelota quedó entre las dos jugadoras que representaron una nueva versión de la
guerra de los mundos, una buscando anotar y la otra tratando de salvar su
portería.
Sé que
la pelota la tocó antes la portera, algunas dicen que con la mano, pero el
rebote golpeó a la hermana Sara y la pelota, mansamente, como una gota de rocío
resbalando por la ventana en un día frío de ese invierno, siguió camino rumbo a
la portería de las Cuervas. Y casi sin querer cruzó la línea de gol. Fue el
cielo, fue la confirmación, fue una fiesta.
Las
Cuervas reclamaron falta pero Rubén no era árbitro, así que en sus antecedentes
habían encontrado su perdición.
La
hermana Sara quedó derrumbada unos minutos por el dolor del golpe, pero la
portera de ellas se quedó todavía más tiempo sin recuperarse. Esos minutos de
espera nos dieron el respiro que necesitábamos para tomar fuerzas, enfriar el
partido, que digo enfriar, ¡poner en una congeladora en gélido Polo Norte el
partido!, y así poder terminar el segundo tiempo con algo de fuerza en los
pulmones y en las piernas.
Cuando
por fin se hubo reanudado el juego, las Cuervas parecían ya muy desorientadas.
Aun así, Rubén les dio vida al marcarles un penal a favor por acumulación de
faltas. Si anotaban ese penal tenían tiempo suficiente para poner el juego
color de hormiga, en tensión máxima, en el límite de “el último minuto también
tiene sesenta segundos”.
Esa
tarde yo ya había acumulado una riqueza inmensa con la atajada de mi vida y un
gol de tiro libre, por lo que me parecía justo que la mancha de no rime con la
portería en ceros quedara registrada. Sin embargo, así son las cosas, Mary era
derecha. Lo supe desde que colocó la pelota y dio dos pasos hacia atrás. Yo me
paré sobre la línea de mi marco en la postura clásica que había aprendido de
los arqueros de antaño, Jorge Campos, Pat Bonner o el gran Goyco, nada que ver
con las faramallas y pelotudeces de los porteros de ahora.
Rodillas
flexionadas, codos sobre los muslos, vista al frente, al balón, como para
invitarlo a venir.
La diez
arrancó su carrera y una da un pasito adelante con la pierna derecha, para no
romper la regla que impide que te muevas antes pero que te permite tener el resorte
suficiente. Te mueves como que te vas para la izquierda pero súbitamente,
cuando ella ya pateó, te lanzas a la derecha, tu mejor lado, el más fuerte y el
que comúnmente elijen las jugadoras derechas. Y la sacas. Botando queda la
pelota y creo que fue la hermana China la que la terminó rompiendo para siempre
afuera de nuestra área.
De los
borrachos ni una nota, ni un eructo. La falla terminó de derrotar a las Cuervas
que todavía tuvieron que recibir el tercer gol otra vez por medio de la hermana
Sara. Los últimos minutos se fueron plácidos.
Rubén
decidió que era momento de terminar y me derrumbé sobre mi área. Alguna de mis
compañeras lanzó un grito de triunfo y el resto de las hermanas comenzaron a
felicitarse mutuamente.
Las
Cuervas se reunieron cerca del medio campo, en un horrible lugar en donde les
daba el sol en la cara. En el medio de aquella desolación alguna de ellas,
dicen que su capitana, se sacó de la manga la idea de ganar aquello en la mesa
aludiendo que la hermana Sara había jugado alcoholizada.
El
chiste se contaba solo, las que habían sido apoyadas todo el partido por
personas ebrias ahora querían ganar acusando a una de nosotras de haber abusado
del alcohol.
La
hermana confesó que había bebido la noche del sábado, pero vamos, una jugadora
ebria no te juega un partido y te hace dos goles con defensas tan duras
marcándola; y una persona cruda no aguanta dos piques de ida y vuelta antes de
morirse de deshidratación sobre el campo. Sara no estaba en ninguna de esas
condiciones y para prueba estaba su juego.
Las
Cuervas argumentaron que habían reportado a la hermana Sara desde el medio
tiempo, pero no respondieron a la pregunta de por qué no haberse negado a jugar
sin que Rubén resolviera la situación. Visto desde nuestro punto de vista aquello
parecían patadas de ahogado.
Al
final, Rubén llamó a su árbitro experimentado, ese que las Cuervas no habían
querido que les arbitrara. El árbitro revisó a la hermana Sara y dictaminó que
el aliento alcohólico no representaba una causal para anular el resultado del
juego.
El
mitote terminó con las Cuervas no muy satisfechas, pero una de ellas se acercó
a hasta nosotras y nos pidió disculpas por su nefasta porra. Esa jugadora, puso
en alto los blasones de su equipo demostrando que se especialmente grande en la
derrota.
Ser
hábil en el juego no significa necesariamente que sepas jugar, especialmente
esto es válido en el fútbol, donde, como decía Casciari, una pone lo que es. De
esta forma, hay un montón de gente que cree que le gusta el fútbol, que creen
que juegan bien, que lo dominan todo, que son muy chingones… casi siempre esta
gente peca de lo contrario, de no haber entendido nada sobre el juego. Se
ciegan por los trofeos y el éxito. Ignoran el máximo de los valores del fútbol:
el respeto. Se saltan en automático otro gran valor del juego: el compañerismo.
Esa
tarde las Sisters recibieron un trofeo que, de no haberlo recibido, no les
habría quitado nada en la vida, porque en el juego hay cosas mucho más
trascedentes que ganar finales; como jugar con tus amigas, con tu familia, con
tus hermanas... porque las hermanas, a diferencia de los trofeos y los títulos,
perduran para siempre.
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