domingo, 27 de enero de 2019

DOMINGO. Las hermanas




Por un momento, hasta los motores de los carros de la avenida Taxqueña dejaron de hacer ruido, si hubiera habido mariachis sobre la cancha estos también hubieran callado. La portera de ellas había colocado bien su barrera, con dos de sus jugadoras más altas; no puso más, pensando quizá en que el tiro libre se cobraría desde Alaska.
La pelota ya estaba en su sitio, quieta, tan enmudecida como todo lo demás.
Algunas de mis compañeras aguardaban un posible centro o un rebote cerca del área, casi sin respirar pero sin dejar de participar en el juego de jalones y desmarques. Sé que la hermana Susy, mi central, se quedó atrás, cerca de nuestra portería, porque eso de que las porteras cobren los tiros libres siempre implica que una defensa pueda hacerse cargo de ser el último salvamento por si todo sale mal.
Y el mutismo lo rompió otro insulto de ellos, los de la porra rival que, embrutecidos por el alcohol y envalentonados por el anonimato, se creían muy graciosos y se la habían pasado todo el partido escupiéndonos ofensas soeces a mis compañeras y al árbitro. Solo ellos se rieron de su propia mofa, quizás porque ya tenían hartos a todos los demás en la tribuna, pero los soportaban porque era evidente que estaban en el clímax de su vicio.
Yo regresé la mirada a la pelota que debía golpear, sin decir nada, sin quejarme de nada.
El árbitro pitó. A todo le volvió la propiedad del sonido y golpeé la redonda con la seguridad de haberle metido suficiente embrujo para que pasara por encima de la barrera. Y la pasó. Luego se colgó del ángulo y el grito de gol se le escapó a mi pueblo, a las hermanas, a las del club Sisters que ahora se iban arriba en el marcador por uno a cero en una tensa final por el campeonato de liga.
La avenida regresó a su escándalo, los pájaros cantaron, los niños rieron de nuevo, el vendedor de frutas anunció su producto con un grito de su voz tiesa, y si hubiera habido mariachis… hubieran seguido la fiesta; pero en cambio, ellos no, ellos se quedaron callados, no se les escuchó insulto alguno, luego del gol los ebrios enmudecieron. Dicen que los borrachos siempre dicen la verdad, así que su silencio, luego del gol en contra, fue sincero.
 Las Sisters eran un homenaje a la fraternidad desde su nombre. Habían sido fundadas por hermanas sanguíneas, como el Necaxa de los Once Hermanos de la década de los veintes, pero con el pasar de los años habían terminado adoptando en la familia a otro mundo de jugadoras que nada tenían que ver con el lazo sanguíneo original. Eran, sin embargo, selectivas; no invitaban a cualquiera y, por eso, cuando recibí la invitación de pertenecer a esa prole de mujeres futboleras me sentí afortunada.
La madre superiora del asunto era Monse; además era la guardameta. Poco después de que llegué yo, ella tuvo una infortunada lesión en su mano derecha y yo tuve que salir al paso para suplirla en el arco. A pesar de ello, siempre estuvo en cada partido del equipo desde la tribuna, apoyando a sus hermanas.

Antes de mi inclusión, yo había jugado varias veces en contra de las Sisters en la liga de la Alberca Olímpica, siempre fueron un equipo complicado, e incluso nos derrotaron alguna vez en una semifinal que se extendió hasta los penales. Desde entonces me parecían un equipo muy sólido, con orden y objetivos.
Al principio jugué con ellas en la canchita de FitCenter, en el corazón de la mercantil colonia Portales, en lo alto del techo de un edificio de cuatro niveles. Ahí, en ese fútbol que literalmente se andaba por las nubes, quedamos terceras.
Por esas mismas fechas logramos el campeonato en la cancha de Calacas, muy cerca del Viaducto Río de la Piedad y del lugar en donde había estado el legendario parque Asturias, esa noche de campeonato Monse tuvo una actuación impecable defendiendo el marco y no recibió ni un solo gol.
Sin embargo, y sin minimizar el resto de su rica historia como club, en esta crónica atendemos a contar lo que sucedió en la liga dominical femenil de Culhuacán, conocida por su nombre comercial Alfer, y que era presidida por Rubén, hijo de la dueña de la legendaria liga de la liga femenil de la Alberca Olímpica de los domingos.
La liga no tenía mucho tiempo de haber sido fundada, pero ahí las Sisters ya habían conseguido un subcampeonato y un tercer lugar.
También a esa liga yo llegué a jugar, pero enrolada en otro equipo, el mítico Porto, club que desapareció en el abandono luego de que sus fundadoras no pudieron conseguir más jugadoras para reforzar a un plantel que nunca pudo hacer válidos los pronósticos de tenerlo todo para ser un equipo ganador. El abandono de las fundadoras no pudo ser sostenido por las pocas refuerzos que quedamos y un día nos cansamos de aquello.
Luego de salir del Porto acepté la invitación de jugar con Sisters y el mandato era poder lograr esta vez el campeonato. Había madera para conseguirlo, las hermanas jugaban, vaya que si jugaban.
Durante la temporada regular el Sisters punteó arriba todo el campeonato y en la liguilla el primer escaño fue bien librado. Para la semifinal, el obstáculo fue mucho más complicado, las chicas de Resto del Mundo que eran un buen equipo. El partido estuvo a nuestro favor por uno a cero gran parte del tiempo, pero ellas empataron ya casi sobre la hora y el asunto tuvo que irse a la definición por penales.
Las porteras adivinamos todos los tiros pero cada uno de los turnos terminaron en gol pese a nuestros esfuerzos y lances en busca de atajar la gloria. Fue el último penal de ellas el que tuve la fortuna de detener gracias a la indicación del hermano Luiz, el director técnico de las Sisters, de aguantar en el centro de mi portería, justo a donde la última cobradora de Resto del Mundo mandó la pelota. Fue un triunfo inextremis y realmente nos alivió no haber sido eliminadas por aquel equipo que sin duda hubiese sido un digno finalista.
Así pues, las Sisters volvían a acceder a una final que se llevó a cabo una semana después, en un domingo frío y brumoso de enero en punto de las cuatro de la tarde.
Las rivales eran otro equipo de mucho cuidado, las Cuervas. Un equipo ávido de lograr el campeonato y que vestían con la camiseta albiceleste de la Argentina, por carácter les quedaba justa esa franela. Ese día las Cuervas tenían buenas jugadoras de sobra, pero sin duda destacaba la que llamaban Mary, una de las mejores jugadoras de la liga y cuya clase para jugar era notable, su postura, sus dribles… era evidente que había sido entrenada por grandes maestros de este deporte.
Las Sisters, en cambio, esa tarde no tendríamos cambios, y ni siquiera tuvimos cuidado de llevar suficiente agua. Nos conformábamos con sabernos un buen conjunto, pero también uno que no se confía, que nunca subestima al rival. La semifinal en contra del Resto del Mundo nos había dejado la enseñanza de no dejar crecer al contrario, de liquidarlo en cuanto se pudiera para evitar resurrecciones innecesarias.
Esa tarde de final, el sol ya estaba cargado hacía el suroeste y sus rayos eran factor para quién defendiera la portería norte de la cancha más grande del deportivo Culhuacanes. Esa portería era la que me tocaría defender el primer tiempo y era la que daba hacía la avenida Taxqueña, una calle de seis carriles divididos en dos sentidos por un camellón que servía de casa a una serie de eucaliptos.
La cancha tenía buenas medidas para jugar al fútbol siete en su largo y en su ancho, pero su alfombra lucía ya muy desgastada por los elementos naturales. Le faltaba caucho y le sobraban semillas de eucalipto, árboles que no se limitaban a habitar el camellón de la avenida sino que ocupaban todo el parque Culhuacán. El vergel ocupaba una cuadra entera del poblado de pasado prehispánico, con sus canchas de básquet, algunas pequeñas de fútbol y mucho prado para que los niños jugaran; los días domingo el lugar se llenaba de familias, vendedores ambulantes de algodones de azúcar, nieves y raspados. Era un escenario extraño entre aquella modernidad inhumana de dispositivos móviles propia del siglo XXI.
Regresando al partido, ni siquiera había comenzado el primer tiempo cuando ocurrió la primera anomalía de la tarde: el dueño de la liga, Rubén, sería el árbitro. Tenía gente más capacitada para ello pero había decidido mandar a sus otros árbitros a pitar el juego por el tercer puesto o a disfrutar de la tarde en la comodidad de sus casas. Nos explicó que la razón era que el equipo Cuervas no se llevaba bien con el otro árbitro disponible, pero la razón nos parecía a todas insuficiente, casi ridícula. Rubén no era árbitro y si aquello ardía, le faltaría el oficio de nazareno para sacarlo adelante. Él chico era sin duda una buena persona, amable y tranquilo, atributos que poco sirven a la hora de conducir un partido de final de liga con catorce leonas despiertas y hambrientas.
  Luego de esa confusión, por la cual el juego se retrasó en su comienzo unos minutos, todas las jugadoras ya estaban en sus puestos, Rubén solo tenía un silbato y era lo único que tenía de silbante pues no llevaba la vestimenta óptima para esas ocasiones, estaba, en lo dicho, vestido de civil. En la grada oriente estaba casi toda la porra visitante y los curiosos, en su opuesto estaba nuestro poco pero entusiasta apoyo: nuestra lesionada Monse, la hermana Jessy (también lesionada), Erik, esposo de la hermana China, y sus hijos.
El caso de la hermana Jessy era una tragedia para el club, ella se había lesionado durante la temporada (fractura por bache malnacido de la cancha) luego de haber sido la goleadora del club. A cualquier equipo al que le quiten a su goleador sufre cualquiera que sea el camino, y nosotras lo sufríamos, lo padecimos el resto de la temporada. En gran medida, si se nos daba la divina gracia de quedar campeonas ese título iría especialmente dedicado, tanto para la hermana Monse como para la hermana Jessy.
Los primeros minutos del juego fueron un choque de esfuerzos y buen fútbol de ambos equipos. Las Cuervas apostaron por lo obvio, darle la pelota al diez, a su mejor jugadora, Mary, quien desde el medio campo generó la mayoría de los numerosos ataques de su equipo. Para mi fortuna, la nueve de ellas no estaba en su día y le costaba devolver las paredes que la diez le pintaba e incluso fallaba en la recepción de la pelota y en los tiros a gol.
También fue cierto que a la hermana China salió en una de esas tardes providenciales en que como defensa cortas todo y hasta se dio el lujo de agregarse constantemente al ataque, sin miedos ni conjeturas. La hermana China llevaba siempre el cabello atado en trenza pulcra, era delgada y de piel cobriza, además de ser una de esas pocas jugadoras que no les molestaba usar maquillaje al jugar. Además era valiente y se iba con esa tranquilidad al ataque porque la hermana Susy, mi central, era la que se quedaba en la retaguardia.
Esa tarde la hermana Susy no había salido con la confianza del resto de la temporada, yo la notaba nerviosa y casi nos hacen un gol por una descoordinación que ella y yo tuvimos cerca de nuestra área al intentar despejar. Como ya dije, la nueve de ellas estaba con el santo de espaldas esa tarde y desaprovechó el regalo que le dimos vaciando su disparo por un costado de nuestra portería.
Para colmo, en un choque fuerte con una de las delanteras rivales durante los primeros minutos del partido, la hermana Susy recibió uno de esos golpes llamados dormilones y el dolor la molestó casi todo el juego; se notaba, pero nunca abandonó, al contrario, mantuvo a raya a las rivales y cuando hubo que despejar lo hacía sin miramientos.
En el medio campo, cargada por la derecha estaba la hermana Viri, uno de los refuerzos de esa temporada y que tenía el don de la calma y la cadencia para tocar la pelota. Casi siempre resolvía bien las jugadas aunque en eso pareciera tardarse mil años, además tenía un buen tiro a gol y no rehuía a defender con callo cuando las contrarias atacaban. En ese primer tiempo estuvo más ocupada en las labores defensivas pues las Cuervas sumaban mucha gente al ataque, era evidente que nos habían estudiado en nuestro funcionamiento.
En el medio estaba la joya de la corona del Sisters, la hermana Jeny, una joven de complexión ligera y habilidad como dios manda. Era la que mejor entendía el juego y la media cancha era su hogar, ahí solía recuperar balones y luego, con la redonda bien pegada al pie, avanzaba entre las rivales como en slalom de esquiador. Por esa forma de juego constantemente recibía faltas, pero ese día, ante la falta de un árbitro de profesión, las rivales la estaban cocinando de patadita en patadita, evitando su avance y su libertad para ir al frente. Y eso confirmaba mi aseveración de que las rivales nos habían estudiado, pusieron tanta atención en la hermana Jeny que confiaban en que eso nos cortara todo el juego, y durante gran parte del primer tiempo eso fue justamente lo que sucedió.
Jugando más libre estaba la hermana Ivette, cabello siempre bien peinado e inteligente para jugar, parecía jugar más al ajedrez que al fútbol. Si la partida era de jugar raso y por abajo, Ivette destacaba pues siempre era precisa, si el asunto era brusco, como el de esa tarde, ella pasaba más tiempo tratando de quitar pelotas a las contrarias sin mucho éxito.
Y arriba estaba la hermana Sara. Mis despejes esa tarde siempre iban hacia ella porque era excelente para cubrir y recibir la pelota aún en un estanque lleno de tiburones, como fue casi siempre aquella tarde. Era un ejemplo de tesón y voluntad, persistentemente daba la vuelta sobre las defensas, pero esa tarde, por alguna razón, decidía avanzar por la banda izquierda (que no era su perfil) en lugar de por la derecha. Por ello, a pesar de tomar ventaja por pura potencia de piernas sobre las contrarías, no atinaba a disparar con fuerza y colocación con su pierna no hábil para terminar sus escapes. Además, tardaba mucho en darse la vuelta pues las defensas de Cuervas no eran en absoluto inocentes ni contemplativas, siempre marcaban de a dos y muy de cerca a Sara quién en ese primer tiempo estaba viendo su suerte bastante negra.
Nosotras no tuvimos una chance realmente muy clara de abrir el marcador, pero las Cuervas si tuvieron al menos dos. La primera nació del error de Susy y mío que ya he relatado; una segunda se armó por la magia de Mary, la mejor de las Cuervas, cuando una pelota le quedó botando por su banda derecha y la recibió, no le mató el bote, al contrario, avanzó aprovechando la parábola y justo antes de que la pelota cayera le pegó como con un tubo hacía mi portería. Yo había dado algunos pasos para achicar, intento desesperado y leyendo que le iba a pegar con todo. El tiro me pasó por la derecha, me estiré todo cuanto pude sintiendo el esfuerzo en cada una de las vértebras de mi espalda, y volé por los aires. Sé que le saqué esa pelota de la escuadra superior derecha y le robé el grito de gol a su pueblo, que ya para entonces había comenzado la letanía de burlas e insultos hacía nosotras. La pelota pasó por encima del travesaño. Yo di tremendo costalazo sobre el suelo sintético de la cancha de Culhuacán al caer y se me escapó una lágrima al saber que había realizado una de las mejores atajadas de mi vida, una de esas que sueña toda portera, despojar una pelota de gol a la escuadra.
El primer tiempo se fue así, conmigo adolorida, con la hermana Susy adolorida, con la hermana China en plan grande, con la hermana Viri en desgaste, con la hermana Jeny anulada, con la hermana Ivette sin pesar y con la hermana Sara chocando contra el muro plantado por las Cuervas. No estábamos bien, pero el cero a cero lo teníamos bien ganado, nos había costado.
Ante la situación, el hermano Luiz debía ajustar o moríamos. Marcó los errores cometidos y planteó una nueva estrategia pensada para sobrevivir y vencer en la segunda parte.
Las Sisters siempre habían destacado por tocar mejor la pelota durante todo el campeonato, pero las Cuervas programaban un escenario difícil para hacer eso, con su garra e invasión de nuestro medio campo. Así que esa vez debimos ser versátiles y apostamos por el contragolpe, saltar las líneas y defender bien atrás, invitarlas a entrar a las Cuervas para que ellas dejaran en mano a mano a la hermana Sara, que ya no intentaría por la izquierda sino por el centro.

La segunda parte comenzó y Cuervas volvió a acomodarse mejor sobre el campo, pero nosotras nos mantuvimos tranquilas pues ese era el trámite que habíamos planeado. Un poco más retrasadas, ellas comenzaron a entrar y poco a poco los contragolpes de la hermana Sara fueron siendo más peligrosos, ella comenzó a tomar confianza y sabía que pronto terminaría cazando a su presa, una pelota buena, solo una necesitaba y no fallaría.
Pero el gol no caía, ni de uno ni de otro lado, las delanteras de ambos cuadros estaban siendo derrotadas por la defensa de ambos equipos. El cero a cero se hacía cada vez más peligroso para todas y las porterías parecían malditas y en divorcio con el gol.
Los que si eran unos malditos eran los borrachos de la barra de las Cuervas que seguían en su plan de creerse los amos del universo. A mí ya me habían dado unas ganas de irlos a callar, pero siempre me enseñaron que los mirones gritan y, en cambio, una juega, y con juego una debe de responderles.
Entonces sucedió. La hermana Sara encontró petróleo adelante del medio campo: una falta que Rubén esta vez sí quiso marcar. Y ocurrió lo del tiro libre que abrió este texto, mi homenaje a José Luis Chilavert y Rogerio Ceni.
El sincero silencio de los borrachos que, aun entre su embrutecimiento debió haberles atormentado, fue la corroboración de que la pelota había entrado, era gol. En cuanto vi que la bala entró corrí hacía mi portería vuelta loca, pero no sin antes volverme hacía los borrachos y mostrarles con mis manos el gesto de la “V” de la victoria, ningún insulto, nada de caer a su nivel, solo el simple acento de que aquel cerrojo se había roto y nuestro triunfo que parecía ahora más probable.

Que siguieran bebiendo, que siguieran molestando, nosotras teníamos el juego donde lo queríamos.
Con la obligación de alcanzar, Cuervas comenzó a sustituir el orden por la desesperación y eso nos abrió los espacios para que los pases de la hermanas Viri o Ivette hacia la hermana Sara fueran más amenazantes.
También, en base a la obligación de saberse abajo, las Cuervas comenzaron a apedrearnos el rancho, pero las hermanas Susy y China estuvieron siempre a tiempo para sacar cualquier peligro.
Las Cuervas siguieron marcando muy de cerca a la hermana Jeny, pero también ella encontró más lugar para quitarse a una o a dos rivales y acarrear la pelota lejos de nuestra portería, ganar un saque de banda o hasta cobrar un tiro de esquina.
Se moría la segunda parte y uno de los ataques de las Cuervas terminó en mis manos y desde ahí le lancé un potente despeje a la hermana Sara que hizo la finta de ir a recibirlo pero en lugar de eso la dejó botar. La última defensa quedó confundida y superada por la treta, sin embargo el bote no le favoreció mucho a la hermana Sara. El balón se fue largo. Ella  aceleró como chita en sabana africana en busca de esa pelota que la portera ya había salido también a buscar fuera de su área.
El choque de trenes fue brutal, a máxima velocidad y sin ningún miedo.
La pelota quedó entre las dos jugadoras que representaron una nueva versión de la guerra de los mundos, una buscando anotar y la otra tratando de salvar su portería.
Sé que la pelota la tocó antes la portera, algunas dicen que con la mano, pero el rebote golpeó a la hermana Sara y la pelota, mansamente, como una gota de rocío resbalando por la ventana en un día frío de ese invierno, siguió camino rumbo a la portería de las Cuervas. Y casi sin querer cruzó la línea de gol. Fue el cielo, fue la confirmación, fue una fiesta.
Las Cuervas reclamaron falta pero Rubén no era árbitro, así que en sus antecedentes habían encontrado su perdición.
La hermana Sara quedó derrumbada unos minutos por el dolor del golpe, pero la portera de ellas se quedó todavía más tiempo sin recuperarse. Esos minutos de espera nos dieron el respiro que necesitábamos para tomar fuerzas, enfriar el partido, que digo enfriar, ¡poner en una congeladora en gélido Polo Norte el partido!, y así poder terminar el segundo tiempo con algo de fuerza en los pulmones y en las piernas.
Cuando por fin se hubo reanudado el juego, las Cuervas parecían ya muy desorientadas. Aun así, Rubén les dio vida al marcarles un penal a favor por acumulación de faltas. Si anotaban ese penal tenían tiempo suficiente para poner el juego color de hormiga, en tensión máxima, en el límite de “el último minuto también tiene sesenta segundos”.
Esa tarde yo ya había acumulado una riqueza inmensa con la atajada de mi vida y un gol de tiro libre, por lo que me parecía justo que la mancha de no rime con la portería en ceros quedara registrada. Sin embargo, así son las cosas, Mary era derecha. Lo supe desde que colocó la pelota y dio dos pasos hacia atrás. Yo me paré sobre la línea de mi marco en la postura clásica que había aprendido de los arqueros de antaño, Jorge Campos, Pat Bonner o el gran Goyco, nada que ver con las faramallas y pelotudeces de los porteros de ahora.
Rodillas flexionadas, codos sobre los muslos, vista al frente, al balón, como para invitarlo a venir.
La diez arrancó su carrera y una da un pasito adelante con la pierna derecha, para no romper la regla que impide que te muevas antes pero que te permite tener el resorte suficiente. Te mueves como que te vas para la izquierda pero súbitamente, cuando ella ya pateó, te lanzas a la derecha, tu mejor lado, el más fuerte y el que comúnmente elijen las jugadoras derechas. Y la sacas. Botando queda la pelota y creo que fue la hermana China la que la terminó rompiendo para siempre afuera de nuestra área.
De los borrachos ni una nota, ni un eructo. La falla terminó de derrotar a las Cuervas que todavía tuvieron que recibir el tercer gol otra vez por medio de la hermana Sara. Los últimos minutos se fueron plácidos.
Rubén decidió que era momento de terminar y me derrumbé sobre mi área. Alguna de mis compañeras lanzó un grito de triunfo y el resto de las hermanas comenzaron a felicitarse mutuamente.
Las Cuervas se reunieron cerca del medio campo, en un horrible lugar en donde les daba el sol en la cara. En el medio de aquella desolación alguna de ellas, dicen que su capitana, se sacó de la manga la idea de ganar aquello en la mesa aludiendo que la hermana Sara había jugado alcoholizada.
El chiste se contaba solo, las que habían sido apoyadas todo el partido por personas ebrias ahora querían ganar acusando a una de nosotras de haber abusado del alcohol.
La hermana confesó que había bebido la noche del sábado, pero vamos, una jugadora ebria no te juega un partido y te hace dos goles con defensas tan duras marcándola; y una persona cruda no aguanta dos piques de ida y vuelta antes de morirse de deshidratación sobre el campo. Sara no estaba en ninguna de esas condiciones y para prueba estaba su juego.
Las Cuervas argumentaron que habían reportado a la hermana Sara desde el medio tiempo, pero no respondieron a la pregunta de por qué no haberse negado a jugar sin que Rubén resolviera la situación. Visto desde nuestro punto de vista aquello parecían patadas de ahogado.
Al final, Rubén llamó a su árbitro experimentado, ese que las Cuervas no habían querido que les arbitrara. El árbitro revisó a la hermana Sara y dictaminó que el aliento alcohólico no representaba una causal para anular el resultado del juego.
El mitote terminó con las Cuervas no muy satisfechas, pero una de ellas se acercó a hasta nosotras y nos pidió disculpas por su nefasta porra. Esa jugadora, puso en alto los blasones de su equipo demostrando que se especialmente grande en la derrota.
Ser hábil en el juego no significa necesariamente que sepas jugar, especialmente esto es válido en el fútbol, donde, como decía Casciari, una pone lo que es. De esta forma, hay un montón de gente que cree que le gusta el fútbol, que creen que juegan bien, que lo dominan todo, que son muy chingones… casi siempre esta gente peca de lo contrario, de no haber entendido nada sobre el juego. Se ciegan por los trofeos y el éxito. Ignoran el máximo de los valores del fútbol: el respeto. Se saltan en automático otro gran valor del juego: el compañerismo.
Esa tarde las Sisters recibieron un trofeo que, de no haberlo recibido, no les habría quitado nada en la vida, porque en el juego hay cosas mucho más trascedentes que ganar finales; como jugar con tus amigas, con tu familia, con tus hermanas... porque las hermanas, a diferencia de los trofeos y los títulos, perduran para siempre.

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