miércoles, 19 de diciembre de 2018

SÁBADO. Cuéntame una de piratas y doctoras.




El juego es medicina para el alma. A la gente que ha perdido las ganas de vivir deberían de prescribirles jugar cualquier cosa, pero si es fútbol mejor. No solo por su simpleza, casi tan primitiva que por ese solo hecho parecería un remedio natural, sino porque, cuando es bien jugado, el fútbol alegra la vida.
Hay equipos que juegan maravillosamente, algunos alcanzan ese nivel de elevación, casi espiritual, porque lo practican, trabajan y entrenan. Lo anterior es un buen método, pero también se puede lograr la armonía al juntar talento, como cuando juntas buenos músicos para que toquen juntos, y esto último es lo que eran las Buitras Negras, un pequeño montón de buenas jugadoras que se reunían cada sábado en la liga de fútbol siete de la alcaldía de la Benito Juárez.
La cancha de la alcaldía era una como tantas de la nueva epidemia del fútbol de dinero como último fin, que se instalaron durante la década que corre mientras se escribe este libro. Nada extraordinaria por sí misma; enclavada sí en un lugar que tenía ya varios años de ser un centro del deporte de esa zona de la ciudad: el deportivo de la Benito Juárez, con sus múltiples canchas de básquetbol, voleibol y su alberca techada. Antes de su construcción, el sitio de la cancha ya era sede de ceremonias futboleras al estilo callejero: al ser una topografía plana recubierta de cemento, el lugar era perfecto para armar las populares retas futboleras de la juventud de aquellos ayeres. Quizás por ello, el destino quiso que ese espacio, que bien podía haber servido para cualquier otra cosa, fuese una cancha de esas de pasto sintético.
Como toda liga, la de esa cancha comenzó siendo solo para hombres (mercado seguro al cual apostar) y solo se pensó en las mujeres hasta que estas lo pidieron. Una en especial, María José, conocida más por MaJo y capitana ya desde entonces de las Buitras Negras, se detuvo un día a contemplar la cancha y se dio valor para entrar a la pequeña oficina improvisada con muros y techo de lámina, para preguntar si no había una liga femenil. La administradora de la liga le contestó que no (no podía ser de otro modo), pero le pidió que dejara sus datos por si alguna vez la divina providencia se apiadaba de las mujeres futbolistas de la zona y, por puritito milagro, se juntaban cuatro equipos más, además de las Buitras Negras, para conformar una liga femenil. El milagro, como todos los buenos milagros, tardó en cuajar casi un año, y el anuncio se dio: las chicas tendrían liga.
Las Buitras Negras eran buitras por alma mater. Eran egresadas de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional que en su emblema detenta un cóndor que es el rey de los buitres (y tal vez de todas las aves), razón por la cual, los equipos deportivos representativos de esa facultad llevan el nombre del carroñero. Fue en ese lapso donde muchas de las jugadoras del equipo pulieron sus habilidades futbolísticas además de las del bisturí.
Las Buitras eran negras, ya no por el color de las plumas de las aves, sino por una fusión extraña con piratas del juego cuya única paga era la vida libre: las bucaneras del Perla Negra, equipo fundado por egresadas del colegio salesiano Don Bosco.
¿Cómo es que esas médicos y esas piratas terminaron navegando juntas? Resultó que los equipos representativos de ambas instituciones habían tenido en algún momento al mismo entrenador, el maestro Rafa. Y por ese nexo fue que todas ellas se conocieron en algún momento. La vida quiso que las que jugaban bien se juntaran, así funciona el universo.
Sin embargo, aquella mezcla no era armoniosa solamente por la capacidad individual de cada una de las integrantes del equipo; MaJo lo explicaba de manera  clara: aquello funcionaba porque además eran amigas. Y claro, se nota cuando los que juegan son amigos y no solamente compañeros en la cancha (preguntarle a Luis Suárez y a Messi), es una energía que suele traducirse sobre la cancha. Así, aquella hermandad no solo se reunía semana a semana para el partido respectivo, se juntaban para muchas otras cosas: desayunos, cenas, fiestas, posadas, borracheras, aquelarres u orgías.
Al momento en que me ofrecieron navegar en esa nave pirata tripulada por doctoras, ya casi todas las marineras del Perla Negra, que poseían un juego exquisito, se habían bajado del barco (quizás en alguna playa paradisiaca de sexo y amor), la única que quedaba era Ruth, de quién ya se ha escrito en este libro.
El equipo para entonces ya había sido dos veces campeón de la liga de la alcaldía Benito Juárez, pero la última final la habían perdido debido a que su guardameta de entonces también había abandonado la nave. Así pues, la expectación era que el equipo saliera nuevamente campeón y recuperara el brillo de otros viajes.
El derrotero por la liga fue de un mar en calma con pocas borrascas. Desde el primer juego me fue evidente de que no había nada que enseñarles a esas mujeres acerca del juego o de la vida, aquellas doctoras, y la pirata que quedaba, sabían navegar en aguas tormentosas. Yo solo llegué a cumplir la tarea que se me había encomendado y gustaba del viaje.
Más o menos, la tripulación de las Buitras Negras era esta:
MaJo jugaba la defensa y como toda capitana de barco se la pasaba dictando disposiciones y asignando tareas, aún durante los juegos ella organizaba las cosas y mantenía la atención de todas en el objetivo del campeonato. Varias veces me dijo, más con sus expresivos ojos que con sus palabras, lo importante que era ganar el torneo, poner las cuentas claras con equipos como el Shakhtar, el Botafogo y las Acalizas; era imposible negarle alguna cosa a aquella capitana, y yo, que soy de una mente muy influenciable, hice mía esa necesidad de conseguir el triunfo.
MaJo, también daba el grito de ánimo para no dejar caer al equipo cuando el mar se ponía picado; además, mantenía las cábalas vivas, porque de nada sirve jugar bien si todo el tiempo se tiene mala suerte.
Para apuntalar la defensa, las Buitras se habían hecho de los servicios de la más selecta de las defensoras de los siete mares, Sussy. Esa chica de piel morena y cabello corto era una auténtica joya: siempre bien ubicada, técnica pulcra, pases justos, buen juego aéreo, temple de hielo y si le daba la gana podía salir de su zona a regatear rivales. Cuando no tenía la pelota y el mar estaba en calma, su postura con la espalda bien recta y la mirada atenta, te daban una confianza infinita de que por su zona ninguna delantera contraría podría pasar nunca. Como cancerbera, para mí, era una enorme tranquilidad tener a Sussy en el campo, una autentica bendición. 
Aline era la otra central, había estado fuera casi toda la temporada por una fractura en su brazo. Ella representaba la bravura en ese conjunto que a veces se pasaba de preciosista, no tenía absolutamente nada de piedad para con las delanteras rivales a las que solía traer a pan y agua. Si había que dar un pase preciso lo hacía, pero casi siempre optaba por no correr riesgos y despejar la pelota lejos de nuestro campo. Su labor la tenía muy clara: las rivales no pasarán.
Ocasionalmente, Jimena ocupaba un lugar en la defensa. Ella era otra de esas jugadoras muy correctas y seguras en casi cualquier tarea dentro del campo de juego, era un eslabón siempre confiable en el juego de pases y pases que las Buitras solían desarrollar. La forma en como colocaba el cuerpo y golpeaba la pelota demostraban los años y años de práctica del fútbol a lado de gente que evidentemente sabía jugarlo; decía haber aprendido aquello en la calle y se notaba ese sabor a asfalto y concreto en su desempeño. Siendo mediocampista, casi siempre por alguna de las bandas, explotaba su gran golpeo de pelota para anotar goles hermosos de media distancia.
La media cancha era lo mejor de esta marinería, para empezar ahí estaba Ruth, su buen golpeo con ambas piernas, su carácter de filibustera y su técnica acabada; además, nadie sabía leer un partido como ella lo hacía y, por si faltara algo, si la cosa se ponía seria y peliaguda, tanto que las cábalas no bastaban, Ruth anotaba y asunto resuelto. Desde la toldilla de esa nave, Ruth bebía ron al tiempo que tomaba el timón guiando el barco de las Buitras Negras hacia nuevos rumbos cada partido.
Su compañera en ese mediocampo era otra pieza fina del buen juego llamada Adriana, curtida en las artes marciales la chica tenía un ida y vuelta constante, un gran regate, mucha potencia y un carácter de carbón encendido en anafre perfecto para asar carne (o nopalitos para los vegetarianos); es decir, lo suficientemente caliente para ponerle intensidad a su juego, pero controlado para no perder la cabeza en faltas, reclamaciones o altercados que la pudieran llevar a la lamentable vergüenza de la tarjeta roja como, contaba ella misma, solía ocurrirle en sus primeros partidos.
Mención especial merece la “Señora”, que era otra de las jugadoras fundadoras de la escuadra, pero por una lesión se había tenido que alejar de las canchas, aun así acompañó al equipo en varios juegos desde afuera o desde la banca. Las Buitras siempre me decían que la Señora tenía magia en los pies y que su lesión había sido una tragedia para el equipo, por ello la mantenían dentro de la tripulación como elemento místico.
La media la completaba la Potra, refuerzo que también había llegado en la misma temporada que yo. Ella era más aquietada y elegante para jugar, de esas que driblan en una baldosa a baja velocidad y que no tienen duda de hacer goles si hay que hacerlos.
La delantera de las Buitras, por su parte, era un coctel de variedades, si esas ofensivas salían en su día podían empacharse de tantos y tantos goles que hacían, pero si no les daba la gana una podía verles fallas realmente descomunales.
Keren era la que mayor registro goleador tenía en esa escuadra. Una de esas delanteras que saben dónde estar para anotar, rápida y certera en su definición. Su cuerpo era ligero y su cabello abundante y rebelde, tanto que a veces, durante los juegos, sostenía batallas más acaloradas para atar su cabello que con las defensas rivales; era muy hábil para sacar las faltas a las contrarias y obtener así buenas oportunidades en tiros de castigo que podían hacer válidos Ruth o Adriana.
Carla (así, con “C”), era la que comúnmente hacía de poste y rematadora, siempre con una sonrisa en el rostro, no importaba la situación, Carla parecía siempre estar de buen humor. También llevaba el cabello corto aunque eso sí, con estilo; iba bien por arriba y se las arreglaba para lograr a veces remates imposibles.
La terna goleadora la completaba Miriam Pulido, una de esas almas raras en el fútbol femenil que ante la necesidad y la belleza de una jugada prefieren lo segundo, quizás para mostrarnos a todas lo horrendas que suelen ser las jugadas necesarias; vamos que hasta escorpiones intentaba. También era de complexión delgada y no parecía tener mucha potencia ni fuerza, pero para suplir eso estaban su imaginación, su inteligencia y sus jugadas de fantasía.
Ser arquera de las Buitras a veces era realmente aburrido, había sábados en que mi única función era la de recogepelotas. Pero eso tiene su chiste dentro, porque la confianza y la derrota son hermanas y una debía estar atenta a cualquier ataque que pudieran lograr armar las diferentes rivales. Siempre lista, al final, el objetivo estaba claro y si por mi culpa ese barco encallaba no me lo hubiera podido perdonar jamás.
Ese fue el equipo que en todo el campeonato perdió solo dos partidos. El primero porque yo no estaba aún y tuvieron que improvisar bajo los tres palos (sin albur), y el segundo porque aunque muy buenas, este equipo también pecaba de no siempre ser constante en todas sus responsabilidades futbolísticas; así, una vez se les ocurrió faltar a medio equipo un sábado y jugando con dos jugadoras menos se había cuajado la más terrible de las derrotas: un seis a cero, conmigo en el arco y para que vean que una portera medianamente buena no hace equipo completo. Las perpetradoras de aquella humillación a las Buitras había venido de parte de las Panteras de Laura Callejas, Jessy Suárez y Natalia Kinsky, un equipo que iba a ser protagonista en la fase final de la liga. Aquello fue una llamada de atención muy a tiempo como dirían los comentaristas de la televisión deportiva.
Debido a esos dos resultados negativos el equipo no pudo detentar la primera posición del campeonato. Aunque empatamos en puntos con el Acaliza, nuestra diferencia de goles no era tan buena como la de ellas y por eso terminamos detrás.

Además, las Acaliza se llevaron el campeón goleador, el mejor ataque y la mejor defensa. En la última jornada nos enfrentamos para decidir el liderato de la competencia y teníamos que golearlas para aspirar a ser primeras. Les ganamos pero solo por cuatro a dos. A pesar del desaguisado que significó ser segundas en casi todos los rubros, a mí me quedó claro que, aunque eran buenas jugadoras, ordenadas, capaces y que podían tácticamente cambiar de acuerdo al rival, no nos iban a poder ganar si es que nos tocaba enfrentarnos con ellas en las fases finales. Simplemente me parecía que la ecuación era clara: orden contra orden gana el que tenga más talento.
Las Buitras casi nunca se ocupaban de la táctica. Ponían un parado inicial, pero jugaban guiadas por instinto. Sin embargo, sabían averiguar cuál era su mejor posición dentro del campo. Si algo hacía corto circuito, alguna lo notaba y daba un grito, una indicación o lo expresaba al medio tiempo y santo remedio. Las Buitras jugaban por naturaleza y en esa naturaleza había un orden implícito que no requería de algún director técnico para implementarlo; siguiendo con el ejemplo de los músicos, cuando las Buitras se juntaban ellas hacían música para bailar.
Por esas cosas chocarreras de las ligas de futbol, a la fase final entrarían dieciséis equipos de veinte (háganme ustedes el reverendo favor), un solo partido a eliminación directa. En resumen, parecía que el torneo regular y la fase final eran dos torneos diferentes, que las diecinueve semanas anteriores solo habían servido para acomodar a los equipos del uno al dieciséis; es decir, un desperdicio de tiempo que premiaba a los equipos más malos.
En fin, tuvimos que atenernos y el primer escaño fue justamente el equipo que había terminado en la posición número quince, para completar el cuadro negativo, ellas solo eran cinco chicas esa mañana y las apabullamos con un 14-0. Solo hicimos lo que marcaban los cánones: el respeto al rival se muestra dando lo mejor de una, nada de lujos, tonterías o piedad. Una que ha estado del otro lado, en medio del dolor de ser goleada, sabe que eso es justamente lo que se aprecia del rival, que quiera hacerte más goles.
A la siguiente semana el rival en turno era uno entusiasta y más sólido, realmente dieron un buen partido. Esa vez ganamos por seis a dos.
Para las semifinales quedaban las Acalizas, el Botafogo (aquellas que nos habían ganado el primer partido de la temporada), y las Panteras de Laura Callejas que habían eliminado a Shakhtar, gran favorito de esa llave, además de nosotras. Las Acalizas derrotaron con mucho trabajo y discutidas decisiones arbitrales a las Panteras, en tanto que nosotras logramos cobrar revancha con un cinco a cero que dejó las cosas claras contra el buen juego del Botafogo.
Como ya he dicho, las ligas son necias en eso de perpetuar los partidos por el tercer puesto y el Botafogo logró ganar la de bronce a costa de las Panteras. Terminado ese duelo, llegó la hora de la final, la de las Acalizas contra las Buitras.
A las once horas con treinta minutos, en una mañana de sábado con cierta bruma decembrina, los dos equipos ya estaban en el campo colonizando cada una su mitad de la cancha.
En las tribunas que rodeaban al complejo, los respectivos familiares, amigos y curiosos comenzaban a acomodarse para observar aquello. A pesar del día soleado el ambiente era gélido para el sensible criterio de los habitantes de la cuenca de México. Las hojas de los encinos que rodeaban la cancha ni se movían, no había viento. Esos encinos tiraban sobre una mitad del campo una sombra debajo de la cual el frío se sentía con más intensidad. También, bajo el resguardo de la negrura de esos árboles, estaban colocadas una hilera de bancas de metal para los espectadores. En la cabecera norte había dos pequeñas gradas techadas de lona, sobre el sobrante de esa lona que colgaba hacía afuera se leían las palabras “local” en una y “visitante” en la otra. El conjunto de aquella mañana era triunfal hasta en los ojos de los curiosos que no entendían la razón de tanta gente reunida alrededor de la canchita de fútbol.
La terna arbitral, que vestían esa mañana de azul celeste, iba con calma. Por el contrario, en las jugadoras podía leerse la tensión del momento.
La gente de la liga solicitó a los dos equipos improvisar un protocolo de inicio de partido en el cuál las jugadoras entrarían formadas y saludarían a la afición desde el centro del campo. Luego un apretón de manos a los árbitros y finalmente a cada una de las rivales. El acto no tomó más de cinco minutos y, aunque quizás desde afuera se vio bonito, solo acumuló más tensión en las jugadoras.
Las Acaliza llevaban una camiseta a rayas verticales rojas y blancas con pantaloncillos en negro y calcetas del mismo tono.
Nosotras vestíamos alguna camiseta versión tercera del uniforme del Real Madrid en color morado.
Yo llevaba, como guardameta, la misma camiseta que había portado en toda la liguilla, la de local de River Plate, con el short en negro y las calcetas en rojo. Durante la liguilla, a orden expresa de MaJo, las camisetas no las habíamos podido meter a la lavadora ni lavar a mano para que no perdieran su “poder ganador”, como si el sudor apestoso del sobaco de cada una sirviera para tal propósito cósmico. Sin embargo, la veda de limpieza estaba levantada para el día de la final, supongo que por cuestión de imagen: no sería agradable que el día en que más fotos se tomaran todas llevásemos camisetas asquerosas y hediondas.
       Las Buitras se pararon como siempre, dos defensas, dos medias y dos delanteras, porque los buenos equipos se pueden dar el lujo de jugar con dos o tres delanteras si así lo prefieren. En cambio, las Acalizas optaron por la inteligencia y se acomodaron sólidas abajo y con solo una delantera, la cual, hay que decirlo, era una muy buena jugadora, campeona goleadora, de composición ligera y rápida en movimientos.
En el resto del deportivo se desarrollaban otras actividades, pero sin duda la mayor parte de la gente rodeaba la cancha de futbol siete. Algunos sentados, otros de pie, todos portaban algún suéter para protegerse del fresco. Solo se escuchaban los murmullos de lo que comentaban entre ellos y alguna risa socarrona rompía ese siseo. Las jugadoras que habían representado el partido por el tercer lugar se habían quedado a ver el juego y esperaban su culminación para participar en la ceremonia de premiación que estaba programada para el final de nuestro juego.
El partido comenzó pero las Buitras no asistieron a su compromiso por la gran final, en su lugar había ahí una variedad considerable del miedo a perder. Estaba prohibido arriesgar y ese no era el espíritu de aquel equipo. Eso le convino a las Acalizas que en ese desorden encontraron la forma de anular a las más talentosas de las Buitras y se las ingeniaron para ser peligrosas a base de pelotazos y balonazos al área buscando un error nuestro en el juego aéreo.
Aun así, la primera acción de peligro fue un espectacular disparo de Jimena que tomó de volea cerca del medio campo… la pelota fue como un proyectil a gran velocidad a estrellarse contra el larguero y pico, por muy poco, fuera de la zona de gol. Aquel disparo a lo Oliver Atom no fue suficiente para incorporar confianza y tranquilidad a las galenas que siguieron tiesas en el campo, apostando por la fuerza antes que por el toque de la pelota. Además, los pocos disparos a gol que luego de ese drama se intentaron fueron contenidos por la portera de ellas que demostró ser de muy buena cepa.
Fueron las propias Buitras las que les pusieron en bandeja de plata las oportunidades más claras de anotar a las Acalizas, que tampoco estaban precisas y calmadas en el campo. En realidad, completaban menos pases que nosotras, pero sin duda se abrigaban más en ese vórtice de confusión que las Buitras.
Al querer salir jugando con MaJo, ella intentó regresarme la pelota pero lo hizo mal y se lo entregó a la rival, por fortuna salí a achicar a tiempo y la delantera me estrelló el balón en las espinilleras, aquello había estado muy cerca.
MaJo no es de esas que sepan salir jugando así que asumí el error como mío. Luego intenté salir jugando con Sussy pues ella nunca falla, era la seguridad andando y resultó que ella también, ese día, falló. La pelota la dejó muy corta y la delantera nuevamente me exigió, esta vez tuve que arrojarme en lance urgente sobre la pelota para impedir el primer gol. Cuando Aline también hizo un error similar era claro que ese no era nuestro día para salir jugando y entonces Sussy dio la orden: ¡Rompe todo!
Y así lo hice, cada despeje era un albur, una salida a la “viva México”, a ver quién la agarraba en ese mar lleno de compañeras y contrarias. A veces Ruth lograba prevalecer, pero le costaba un mundo controlar la pelota y darse vuelta entre dos contrarias. A veces las contrarias le ganaban la pelota, pero como he dicho, tampoco andaban finas y la perdían a las primeras de cambio.
Jimena estaba perdida, Carla no agarraba ni una sola pelota, cada esfuerzo de Adriana era infructuoso y, para colmo, nuestra banca estaba mermada.
Miriam se había fracturado un hueso cuyo nombre jamás se me logró grabar en la memoria, y eso hizo que se perdiera casi toda la temporada, no podía jugar la final pero esa mañana se presentó junto a nosotras como apoyo moral y técnico, a todas nos alegraba esa lealtad para con las Buitras. Miriam daba indicaciones generales, pero se concentraba especialmente en Jimena, que era su pareja, y era exigente con ella: “¡Jime, deja de estar hablando y juega!”, se le escuchó gritar desde la banca, por dar un ejemplo.
Por otro lado, la Potra, la flamante refuerzo de esa temporada, había sido expulsada en la semifinal por doble tarjeta amarilla, una de esas tarjetas por una falta que nunca cometió y otra por una incorrección; es decir, por tonterías estaba esa mañana en la banca, con su uniforme puesto pero impedida para jugar por la sanción disciplinaria.
Keren, por su parte, llevaba arrastrando una lesión en la rodilla que le había impedido seguir compitiendo por el título de goleo individual del campeonato; para la final ella si podía jugar si era necesario, pero llevaba puesta sobre su rodilla lastimada una rodillera tan grande que aquello parecía una prótesis en lugar de otra cosa.
En resumen, esa mañana nuestra banca no era la mejor y se sumó que Aline había llegado tarde (sí, hay gente que llega tarde a una final, aunque ustedes no lo crean).
En esa banca nuestras fieles compañeras impedidas de participar en el campo, jugaban su propio partido de nervios. Al límite del colapso nuestras habitantes del banquillo espetaban gritos e indicaciones apresuradas y a una desde adentro esas cosas le servían, a veces no logras entender lo que te gritan, pero escuchar ese barullo te dice que hay alguien ahí que está contigo.
Y en ese mar lleno de peligros encontramos la apertura del marcador. Dicen que hubo una mano de una de nuestras jugadoras, no fue sancionada por el árbitro que dejó correr la jugada, la pelota todavía la tenían las de Acaliza, pero Carla fue a presionar al medio campo de ellas y consiguió robar la redonda, acto seguido puso un pase para dejar sola a Adriana con la portería de frente. Adriana miró, tiró y cobró, a otra cosa, el gol era nuestro. Aquello fue el uno a cero y no faltaba mucho para que el primer tiempo terminara.
Las Acalizas reclamaron furiosas la injusticia de la supuesta mano no marcada. El árbitro, con justa razón, se refugió en su criterio, y yo desde el marco me tranquilicé un poco, cualquier ventaja en esas circunstancias era bienvenida.
 El resto de la primera parte siguió siendo dominada por el esfuerzo, la garra y la reyerta. Mucho amontonamiento en la media cancha cuando nosotras atacábamos. En cambio, cuando las Acalizas requerían atacar, se saltaban esa zona de tráfico pesado con pelotazos directos al área que Lorena, su delantera, trataba de bajar. Lo mejor que nos pudo pasar fue el final del primer tiempo.
El sudor ya escurría por los semblantes de mis compañeras que parecían haber jugado por horas, años o hasta milenios. La piel untuosa reflejaba el descontento de esa primera parte horrenda y casi falta por completo de buen fútbol. Miriam lo hizo notar, MaJo señalaba una serie interminable de errores. Un viejo de casta humilde que siempre veía los juegos de esa liga sabatina, nos gritaba desde afuera que nuestra media cancha no existía; vaya descubrimiento, no había que ser un experto para saber lo que ocurría, las Buitras, que tan bien jugaban, habían sido asaltadas por el nerviosismo.
Cada una opinaba acerca de lo que se estaba haciendo mal y Ruth apuntó hacía lo que desde ese momento se podía mejorar.
Por otro lado, aquel medio tiempo debió haber sido muy duro para las Acalizas, saber que habían hecho bien su estrategia, pero que por una falla del árbitro estaban, a pesar de todo, abajo en el marcador. Sin embargo, tenían el juego todavía en las manos, el desenlace estaba del lado de que quien le “echara más ganas” y tuviera un “poquito de suerte”.
  El segundo tiempo comenzó y, aunque mejoramos un poco, aquello siguió en horrendo tenor para nosotras. Logramos llevar la pelota hasta más allá del medio campo, cerca del área de ellas y eso dejó un poco de más espacio entre la última línea y nuestra portería. Era una falsa sensación de tranquilidad. Las Acalizas no cesaron en eso del pelotazo, pero entre más amplio fue el espacio para moverse aquello fue más difícil para su delantera que no pudo acometer alguna jugada de peligro en varios minutos.
Hubo solo un pequeño momento en el juego en que las Buitras regresaron de entre los muertos, dejaron de carroñar y se pusieron a cazar a la presa. Salí jugando con Sussy, tocamos la pelota lateralmente, luego arriba, al medio campo donde tampoco la perdieron, pase y pase, pin, pin, y todo terminó en un buen disparo. La siguiente jugada fue otra similar, con menos transición, la pelota le cayó a Jimena que estaba recargada ligeramente sobre la banda izquierda de nosotras y disparó un rayo raso y al poste de la portera que se le terminó yendo la pelota por entre el brazo y el torso. Era el dos a cero y la sensación de hacer bien las cosas me regresó al cuerpo. Ganar por uno a cero con ese gol surgido de una jugada dudosa hubiese sido lo mismo que perder; por eso, ahora con el dos a cero ya no había lugar para las suspicacias.
Acaliza se abrió completamente al riesgo, no podían morirse de nada y empujaron con ímpetu el juego hasta nuestro medio campo. Su gente las impulsaba en ese último y desesperado esfuerzo. Tuvieron algunas jugadas claras que pasaron cerca, pero que no terminaban en gol.
Pero entonces, Adriana perdió la pelota un poco más adelante del medio campo en un dos contra uno que le hicieron las rivales y Jimena salió a cortar la jugada, pero lo hizo tan mal que con un simple toque hacía el centro del campo donde estaba otra de sus compañeras, la jugadora de las Acaliza que había recuperado previamente la pelota, la dejó pagando para siempre.
La jugadora de Acaliza que recibió la pelota la regresó de primera intensión en una hermosa pared que dejó sola a la que le había dado el pase; esta última se plantó frente a mí, pero en vez de aceptar el desafío del uno contra uno, se decantó por un pase hacia el costado donde me pareció que MaJo tenía todas las de ganar pues iba marcando por dentro a la posible receptora.
MaJo jura, al día de hoy, que esa jugadora a la que marcaba le hizo falta y que de esa forma le ganó la pelota en el borde de nuestra área. Alcancé a detener con el cuerpo su primer tentativa pero el rechace le quedó a la otra jugadora que en un principio no había aceptado el reto de tener un mano a mano con la portera pero que había acompañado la jugada, y en la segunda oportunidad que le dio el destino a las Acalizas no fallaron y cambiaron nuestro error por su gol. Aquello nuevamente apestaba.
Animadas por el empate, por su público, por la adrenalina y por la situación de que solo les hacía falta un miserable gol, las Acalizas se lanzaron con furia contra nuestra portería.
Desde la banca, nuestras compañeras nos pedían tranquilidad, y aquello era como pedir agua en el medio del desierto, simplemente no había.
Luego de dos lances para sacar dos remates de la delantera de ellas comencé mentalmente a prepárame para la definición por penales, porque aquello parecía solo cuestión de tiempo, ellas lo iban a empatar. La sangre se me comenzó a helar, quedaban no más de cinco minutos para el final.
En el graderío el apoyo de las Acalizas había crecido al punto de la locura, celebraban hasta los tiros de esquina en su favor. Ellas comenzaban su camino hacia la heroicidad y nosotras no articulábamos más de tres pases seguidos; así, la orden fue nuevamente: ¡rompan todo!
En esa tormenta, en ese mar picado, fue que apareció la última de las piratas, la dueña del Perla Negra, nuestra Anne Bonny. Un saque de banda a nuestro favor. Ellas que no pudieron despejar. La pelota, huérfana de dueña, se alargó unos metros sobre el límite del área de ellas hasta que se acercó, mansa y rebotando ligeramente, hasta donde Ruth estaba. Ella le dio un toque sutil pero la pelota le botó un poco más alto de lo esperado, se elevó a una altura que no quedó de otra… Ruth se inventó una media tijera, a lo Manuel Negrete, para no perder más tiempo y aquel remate fue seco y directo contra la red. Había sido una hermosa ejecución, una genialidad para tiempos de vacas flacas, había sido el tres a uno que volvía marcar de forma justa las diferencias.
Aquel fue un golpe tremendo del cual las Acaliza ya no se pudieron levantar. Incluso su gente no supo cómo regresar el ánimo a sus jugadoras.  No habría definición por penales.
Es más, las Buitras tuvieron unos minutos para regresar al buen juego y en una combinación de pases encontraron a Carla sola junto a la línea de gol para simplemente cobrar. Ella, como si le molestaran los goles fáciles, echó la pelota por encima del travesaño, cosa que de haberse intentado de esa forma resultaba mucho más complicada que ponerla dentro de la portería. El grito de toda la gente fue de lamentación seguido por las risas de incredulidad que son obvias en estos casos que parecen imposibles. A Carla se le pusieron los cachetes como para tostar chiles, pero la sonrisa que juega fútbol no perdió el ánimo ni la vergüenza y pocos minutos después volvió a fallar otra acción similar, así nomás, como quien no quiere la cosa.
Entre el regreso de las Buitras, el carnaval de Carla y la desaparición de las Acaliza del campo, el resto del tiempo se fue y el árbitro dio por terminado el segundo tiempo, el partido y el campeonato. Las médicos pasaron de forma inmediata al festejo, como si hubieran encontrado la cura para todas las enfermedades del mundo o, más imposible aún, como si le hubieran encontrado la solución a todos los problemas del sector público de salud.
Las finales son extrañas, rara vez resultan en buenos partidos, pero es que hay que ganar hasta los partidos más feos. Las Buitras se traicionaron un poco al abandonar lo que habían sido durante todo el campeonato en esa final, y poco faltó para que lo pagarán muy caro. De las victorias suele aprenderse poco, pero este triunfo dejó en ellas la sensación de que había errores que no podían volver a cometer. Para mí el asunto fue la comprobación de la ecuación: cuando el desorden se enfrenta contra otro desorden (porque eso fue la final), gana quien tiene más talento.
Esa noche las Buitras celebraron, a su manera, ese campeonato. Estuvieron juntas, como su capitana lo había explicado, un equipo que no solo está unido dentro del campo sino en todo momento. Y en esa leperocracia sexodiversa y comunal está garantizada la hermandad si es que alguna vez los trofeos dejan de llegar, porque las Buitras son así, buenas para la salud. Aquí somos las Buitras Negras y nos gusta el buen fútbol.

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